La visita del secretario de Estado Pompeo a la región en los últimos días, como todas las anteriores de un alto funcionario estadounidense, se presta para múltiples interpretaciones. Desde aquellos que lo asemejan a un pretor romano hasta los que afirman que no pasa de ser una simple cuestión protocolar. En verdad las cosas han cambiado mucho en la relación de Estados Unidos con la región latinomaericana. La agenda de ellos no incluye a la zona como una cuestión trascendente, y desde el lado nuestro es vista la cosa como una cuestión de intereses puntuales antes que como un bloque, como lo fue durante la guerra fría. Tanto cambiaron las cosas que la discusión dentro de Estados Unidos es sobre cuánto ayudó la Rusia de Putin al triunfo de Trump (¡!). Por fortuna, nuestro destino depende cada vez más de nosotros que desde imposiciones foráneas.

Mientras la retórica norteamericana era que los días de Maduro ya estaban contados, el déspota caribeño parece mas sólido mientras el procesamiento del crudo venezolano se cumple a pie juntillas en las refinerías de Louisiana. La posición de López Obrador favorable a la satrapía caribeña tiene más relación con la posibilidad de comprar crudo venezolano antes que hacerlo de los norteamericanos. Los intereses económicos están por encima de los políticos y nuestro análisis de la relación es todavía como en los tiempos de la guerra fría, y eso es un error.

El mundo se ha vuelto más estrecho, endogámico y ajeno. Cada cual que se las arregle como pueda parece ser la frase que mejor define los tiempos que vivimos. Las cuestiones internas se imponen sobre aquellos que importan como bloque y la carga de nacionalismo tímidamente intenta rescatar una agenda internacional perdida en expresiones de buenos deseos pero de finalidad poco práctica.

Es poco lo que pueda decir y hacer hoy Estados Unidos en la región con un país profundamente dividido por el gobierno de Trump. Los temas comunes de la agenda internacional han cedido ante cuestiones internas que pasan a convertirse en prioridades innegables y en donde lo que acontezca en el vecindario solo importa en la medida que pueda repercutir en votos basados en los miedos, incertidumbres e ignorancias que se pueden agitar.

Vivimos tiempos nuevos pero con visiones viejas. Hay que alinear las miradas económicas a las políticas y viceversa de manera que tenga sentido un análisis más certero sobre estas visitas que incluso desde la perspectiva histórica no muestran la trascendencia que debieran tener. Los mensajes que quedan solo tienen la importancia efímera de un tweeter o la vanalidad del facebook. En eso se ha convertido la diplomacia mundial y es solo eso lo que agita el cotarro en el vecindario.