El Ecuador tiene problemas económicos, sociales y políticos, como todos los países, pero habiendo mostrado en el largo plazo progresos insuficientes. Ciertamente, debemos recalcarlo, hoy vivimos en promedio mucho mejor que hace 50 años. No solo en los ingresos, sino en las opciones que tenemos alrededor nuestro. ¿Cuál es el incremento de calidad de vida entre viajar a lomo de mula o en un auto? No hay comparación. ¿Comunicarse vía internet? ¿Tener acceso a antibióticos?… También vivimos en un entorno donde se acepta a las minorías de mejor manera (insuficiente sin duda) y donde hay más medios para expresarse. Hemos progresado… pero podíamos hacerlo mejor.

Y nuestra gran traba es que aún estamos inmersos en discusiones básicas que otros ya superaron, “temas pequeños”. Y eso nubla la posibilidad de mirar hacia los grandes desafíos que mueven al mundo… que, por supuesto, finalmente nos llegan pero de cierta manera como ‘remiendos’.

¿Qué discutimos? Por ejemplo, en la política: si hay voto en plancha, cómo contabilizamos los nulos y blancos (es increíble haberlo decidido 24 horas antes de la elección), si hay una o tres papeletas, una o dos urnas, si queremos bicameralidad… claro, en los diez años anteriores fue peor: la reelección indefinida, el descartar el equilibrio de los poderes como algo sensato (Montesquieu y compañía, unos desadaptados de tiempos pasados), etcétera.

Pero ¿qué se discute en el mundo? El impacto de las nuevas tecnologías, pero no solo por el voto electrónico (que para algunos es una buena oportunidad para pensar cómo manipular el voto y a los votantes), sino la esencia misma del sistema político: cómo los ciudadanos reunidos en comunidades virtuales de interés podemos directamente tomar decisiones, cómo asignar recursos de una manera diferente, cómo pagar impuestos específicamente para las actividades que creemos útiles para la sociedad, cómo hacer concursos abiertos para ocupar los cargos públicos o para las contrataciones en general. Temas que van a cambiar (ojalá) el sentido futuro de la política… bueno, no exageremos en autoflagelarnos, incluso países como EE.UU. o Inglaterra están hoy inmersos en temas muy básicos de la política.

¿Y en economía? La estabilidad macroeconomía es aún un tema fundamental para nosotros. La dolarización nos ayudó a superarlo en el plano monetario (e incluso así, el Gobierno anterior intentó todas las “trampas” posibles para evitar esa camisa de fuerza). Pero como había un espacio abierto en lo fiscal, nos lanzamos desbocadamente por ahí. Y los otros, ¿qué discuten? Futuras tecnologías, impacto en el empleo, cambio climático, reajustes geoestratégicos, cambios en las relaciones humanas, nuevas formas de organización empresarial, cambios en la manera misma de “ser humanos”, la inteligencia artificial (quizás) superando a la humana, la ética ante estos cambios, etcétera.

Todo esto proviene de una sola matriz: no tenemos capacidad colectiva para discutir, polemizar (en el sentido de discutir las cosas a fondo, sin esconder los desacuerdos) y tomar decisiones colectivas para el largo plazo. Cada grupo ideológico se junta con sus propios feligreses y desprecia a los demás. No hay espacios ni formales ni informales para el encuentro de tendencias… ¿Cambiaremos? (O)