Una luz cálida sale de los faros de la plaza de la Independencia. Decenas de personas caminamos hacia las escaleras de la catedral. Nos sentamos. El cielo nunca ha sido tan inmenso. Tenemos velas en las manos. No hay cansancio. Pero a diferencia de las concentraciones anteriores, que ocurrían sobre todo los jueves, hay una especie de calma. Una tristeza andina. Habíamos envejecido en cuestión de días. Niños de una escuelita escribieron cartas a los periodistas, querían entregarles a su regreso. Los periodistas nunca regresaron, pero esas cartas están junto a las velas. La tinta sobre el papel brillaba con la luz de las mechas. Ahora somos nosotros los destinatarios de esas cartas.

Margartia Lasso, que desde el principio acompañó nuestras concentraciones por la libertad de los periodistas secuestrados, decide tomar el micrófono. Canta, casi a capela, la Oración a la vida. “Hablar de ti es querer un mundo en paz”. Esa noche, en que se cumplía un mes desde el secuestro, sentí como nunca la soledad en la Historia de América Latina. Recuerdo que María Fernanda Restrepo, en la misma plaza en donde su madre protestó todos los miércoles, se acercó hacia la madre de Paúl Rivas. Se abrazaron. “Hablar de ti es querer sembrar la paz”.

Los periodistas Paúl Rivas, Javier Ortega y Efraín Segarra fueron secuestrados el 26 de marzo de 2018. Hace un año. Los ejecutaron a principios de abril. Luego fueron asesinados Katty Velasco y Oscar Villacís. Antes y después varios militares. “Hablar de ti es por siempre maldecir la guerra, el hambre y la iniquidad. Hablar de ti es querer pelear la paz”. Entre las entrevistas que hice en esos días, recuerdo una a mi colega Jean Paul Bardellini. “El periodismo se defiende con más periodismo”, me dijo. Creo que desde el asesinato de Paúl, Javier y Efraín nunca más la palabra periodismo significó lo mismo para mí.

Meses más tarde, 19 periodistas de Ecuador y Colombia publicaron en decenas de medios de todo el mundo su rigurosa y profunda investigación Frontera cautiva. El admirable trabajo periodístico desnuda las dudas que, aún hoy, existen sobre aquellos días y sus resultados nefastos, desde el secuestro hasta la ejecución y el hallazgo de los cuerpos, así como el contexto ominoso que rodeó a la tragedia. Sus vidas en demasiadas manos, la militarización de la frontera, la influencia del narcotráfico en la institucionalidad ecuatoriana, la historia inconclusa que Javier Ortega quiso contarnos, en fin, los hechos infames que en marzo y abril de 2018 nos marcaron.

Además de la verdad y la justicia, que esperamos, exigimos y por la cual lucharemos sin cansarnos, pienso que la mejor forma de honrar a Paúl, Javier y Efraín es no olvidarlos. Hacer el periodismo que ellos, de estar vivos, seguirían haciendo. “Nombrarte quiero al fin, con todas las campanas de la gratitud: el soplo que me diste, sabe a donde va…” Muy en el fondo, creo que ellos son parte ya de los grandes símbolos de esa lucha que en todo el mundo busca la libertad de expresión, la libertad del ser humano. “Y en el momento de decir adiós, una canción dirá que no hay final”. Esta columna es para ustedes, Yadira, Galo, Christian, Patricio, Guadalupe, Alejandra, y todos los familiares y amigos de los tres periodistas. Su dignidad, su valentía, su fuerza. Esa luz, es la misma luz que ellos tenían. Y por esa luz, nadie se cansa. Nadie se cansa.