Cumplo con trasmitirle una historia que contiene un mensaje de alegría, que he tenido pendiente para usted, desde julio del 2018. Mis disculpas.

Ese mes, en la revista Sinfronteras de los Misioneros Combonianos, don Josean Villabeitia, narra una extraordinaria historia del espíritu apostólico de unos Hermanos de las Escuelas Cristianas, fundados por san Juan Bautista de La Salle, quienes, siendo de origen canadiense, al jubilarse en su país, decidieron emprender una tarea misionera en el mar Caribe, en la famosa isla haitiana de la Tortuga, donde el uso del idioma francés les permitía una mejor comunicación.

Poblada por unas 30.000 personas, tenía solamente una parroquia religiosa, atendida por un sacerdote.

Siguiendo su vocación de educadores, los lasallanos revitalizaron la única escuela primaria existente, en Los Palmistes, donde fijaron su residencia.

Comenzaron a impartir el bachillerato, con lo que lograron que los jóvenes no tuvieran que emigrar para poder seguir sus estudios, al tiempo que comenzaron actividades de alfabetización a los adultos.

Se extendieron por los lugares poblados, superando el problema de la falta de adecuados caminos y, con el apoyo de la Agencia Canadiense para el Desarrollo (ACDI), lograron una red de comunicaciones aceptable.

En colaboración con la parroquia católica arreglaron ocho capillas esparcidas por la isla y crearon junto a cada una de ellas una escuela primaria, que rebozaba de niñas y niños deseosos de beneficiarse con las nuevas posibilidades educativas.

También pusieron en pie treinta centros de alfabetización de adultos que, con el tiempo, se convertirían en lugares de reunión, discusión de asuntos comunes, lanzamientos de campañas y organización de cursillos.

Aunque no se comprometieron directamente con actividades hospitalarias, apoyaron el desarrollo del dispensario parroquial hasta convertirlo en un hospital sencillo, pero práctico, capaz de hacer frente a dolencias un poco más fuertes que las que pensaron inicialmente.

Además crearon una biblioteca y campos de deporte, donde actualmente se juega el torneo más importante de la isla, con equipos procedentes de todos sus rincones.

También abrieron un centro cultural y allí realizan proyecciones de películas.

Los servicios multiplicados dieron oportunidad de inversiones, así como de comercialización de productos que empezaron a fabricarse en ese territorio insular.

Fundaron una cooperativa de mujeres dedicada a la elaboración de conservas vegetales, que venden las socias en los varios mercados de la isla.

A falta de bancos que pudieran adelantar dinero para financiar los proyectos que empezaron a multiplicarse, los Hermanos de La Salle crearon una caja de ahorros que concedía pequeños préstamos en buenas condiciones, que sirvieron para dinamizar los nacientes negocios que se proyectaban.

Eso y más, gracias a un grupo de misioneros, ya ancianos, cuyo tiempo de jubilación fue interpretado como ocasión para un nuevo desafío y no como oportunidad para la holganza. Y todo nada menos que en la famosa isla de la Tortuga, tan mentada en historias y novelas de piratas.

¿Esta aventura lasallana encierra un desafío optimista y cuestionador sobre el empleo de nuestro tiempo de jubilación?

¿Qué deberíamos hacer? ¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)