La polémica desatada sobre la elección de los miembros del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social (CPCCS) va más allá de la discusión sobre la responsabilidad de votar o los riesgos de que los votos nulos dizque “ayuden” a que ese organismo caiga en manos de la mafia correísta y que se dedique a deshacer lo hecho por el actual CPCCS transitorio liderado por Julio César Trujillo. Para esta última eventualidad podemos confiar en que la Corte Constitucional –ahora en manos de gente proba y honesta– sabrá detener cualquier intento de menoscabar la institucionalidad del país. La Corte acaba de dar muestras de seriedad rechazando una acción tendiente a suspender las elecciones para conformar dicho organismo por una supuesta inconstitucionalidad. Además, debe recordarse los interesantes efectos que la actual legislación otorga a los votos nulos.

Pero el asunto es más complejo. La polémica sobre el CPCCS no es sino la punta de un iceberg. Debajo de ella hay una masa enorme, pesada, amorfa, que es la llamada Constitución de Montecristi. Entre la nefasta herencia que sin beneficio de inventario tuvimos que aceptar los ecuatorianos, una vez que el jefe de la mafia se dio a la fuga, está ese engendro jurídico de 444 artículos –la segunda constitución más larga del mundo– mal redactados, llenos de incongruencia y distorsiones; engendro que, de paso, sirvió de plataforma para construir el régimen más corrupto y autoritario que hemos tenido.

La de Montecristi fue una constitución pensada como el plan de gobierno de un movimiento que prometía, al típico corte fascista, “refundar” todo: el Estado, la historia, la sociedad, el mundo, nuestras vidas y Dios sabe qué otras cosas más; todo lo cual terminó siendo una pantalla para que una banda organizada de asaltantes se robe unos 70 mil millones de dólares. De hecho, la razón por la que la Constitución es tan extensa es porque ella plasma las políticas públicas prometidas por ese movimiento. Más que una constitución fue, entonces, el trofeo de los vencedores de unas elecciones coyunturales. En ella se constitucionalizó lo que era en realidad un plan de gobierno, coartando así las opciones de los ciudadanos a escoger en el futuro gobiernos con visiones diferentes. Las constituciones de ese estilo, es decir, que proscriben visiones diferentes a aquella que profesa la mayoría del momento, son generalmente generadora de crisis políticas. Es decir que en vez de ser el marco para la solución de conflictos, se convierten en parte de estos.

Y eso es lo que estamos viviendo hoy. El CPCCS –y la novelería dizque de un quinto poder– es apenas una parte de una serie de problemas que presenta la llamada Constitución de Montecristi. Lamentablemente, con pocas excepciones, nuestra dirigencia ha prestado escasa atención a esta realidad, concentrada como está por lo general en cálculos electorales o rivalidades personales.

En todo caso, pienso que el voto nulo contra el CPCCS será un buen mensaje y comienzo para debatir qué vamos a hacer con el resto de la Constitución correísta. (O)