El Instituto Nacional de Higiene y Medicina Tropical Leopoldo Izquieta Pérez fue de los guayaquileños, por ahí pasaron abuelos, padres, hijos, muchos pacientes, de Guayaquil y todo el Ecuador; todos utilizaron sus servicios con la más absoluta probidad y exactitud en los resultados acreditados y reconocidos, comprobados por el CDC de Atlanta (un centro para el control y la prevención de enfermedades), una de las instituciones más prestigiosas del mundo.

Ahí se elaboraron los biológicos que sirvieron para vacunar a los niños de nuestro país por muchas generaciones, el suero antiofídico que fue reconocido como uno de los mejores de Latinoamérica y permitió salvar vidas de aquellos pacientes que estaban en estado de gravedad, por mordedura de serpientes. El Registro Sanitario permitió a los ecuatorianos usar medicamentos, alimentos, cosméticos..., con seguridad y eficacia, después de pasar por sobrios análisis químicos, biológicos y farmacológicos. Por medio de los proyectos nacionales de Virología, Farmacovigilancia, Informática y otros más, se conocía inmediatamente la realidad nacional y la toma de decisiones, por parte de las autoridades. Así también se pudo medir la concentración de la radiación de los profesionales internos y externos que laboraban con Rayos X. Y los exámenes se realizaban con tecnología de punta y exactitud, desde los más simples hasta los más complejos de Micología, Bacteriología, Parasitología, Virología, Anatomía Patológica, Inmunología...; fueron baluartes no solo en diagnósticos, sino también en investigaciones.

Muchos estudiantes de pregrado y posgrado de Ciencias Médicas recibieron las sabias enseñanzas de sus maestros en esta institución. Por solo mencionar algunos profesionales e investigadores de la salud pública que llenaron de orgullo la medicina ecuatoriana están Leopoldo Izquieta Pérez, Macchiavello, Montalván, Rodríguez Maridueña, Nevárez, Campos, Gómez Lince, Zerega, Lazo, Moral, Dolberg, Gutiérrez, Huerta, Parra, Gilbert Elizalde, Arzube, Amano, Freire, Marchán, Aguirre, García Feraud, Peña Alemán, y las nuevas generaciones que ocuparon cargos de ministros de salud, decanos, e insignes profesores de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Guayaquil.

Es loable reconocer al doctor Luis Sarrazín, quien fue un incansable defensor permanente de nuestra institución. Se añora esta señera institución guayaquileña y ecuatoriana, que dio lo mejor de sí a través de sus científicos y profesionales de gran valía, que era generalmente muy reconocida por el Gobierno de Japón, que por el Convenio de Cooperación Hideyo Noguchi permitía el intercambio de profesionales con este país, por tal razón científicos ecuatorianos fueron a prepararse a Japón.

Ojalá que en algún momento esta institución vuelva a refundarse y a dar esos extraordinarios servicios que brindó a todos en su oportunidad.(O)

Francisco Hernández Manrique,

doctor en Medicina, exdirector del Instituto de Higiene; Guayaquil