Uno de los elementos más comunes utilizado para alcanzar el resultado exitoso que se persigue consiste en premiar los mejores rendimientos obtenidos honestamente.

Así, por ejemplo, hay deportes en los cuales a quienes obtienen los tres mejores resultados en una competencia se les confieren similares preseas, pero unas son de oro y otras de plata y bronce; en ese orden, seguramente porque corresponde al valor monetario de esos metales, que termina categorizándolos.

Si nos fijamos bien, considerar como motivo de comparación el tiempo utilizado en una competencia de carrera pedestre, digamos de veinte metros, acaso no podría tener un sesgo de injusticia si quienes compiten son de notoria diferencia de edad, digamos entre seis y doce años.

En la infancia y adolescencia, los grupos etarios por año de nacimiento no siempre tienen la misma estatura y peso. Al contrario, suele haber bastante disimilitud, por razones raciales o de alimentación.

Premiar para estimular y obtener mejores resultados es parte de la historia de la humanidad, como nos han enseñado, hemos aprendido y seguimos practicando.

Lo que aprecio importante, detrás de las palabras, inclusive, es el normal interés de superación que es imprescindible inculcar, asegurar y reforzar no solamente en la etapa de formación, crecimiento y desarrollo, sino a lo largo de toda la vida de las personas. ¡Hasta el límite de las posibilidades!

Claro que hay un tiempo en que estas abundan, se presentan favorables y hasta sugestionan y se requiere un adecuado razonamiento, tanto como sabios y oportunos consejos para ir aprendiendo que así como el futuro está por realizarse el pasado es inamovible.

Esto último gravita en nuestra existencia y por eso hemos de preocuparnos: a medida que vamos madurando o envejeciendo, nuestras opciones laborales, profesionales, deportivas y académicas van disminuyendo; pero, en lo que todavía podemos hacer debemos poner, como siempre, el mayor esfuerzo, con lo que incluso podemos llegar a lograr un mejor resultado, al concentrar nuestro quehacer en aquellas labores específicas que nos sean requeridas, según nuestros conocimientos y aptitudes.

¿Y los jóvenes? ¿Las exigencias del rendimiento estudiantil, colegial y universitario los ha capacitado adecuadamente para alcanzar el alto estándar laboral, profesional o no profesional, de acuerdo con principio éticos?

¿Se habrán desperdiciado o se desperdiciarán horas de esfuerzo y trabajo, así como sacrificios, incluso económicos, de padres de familia y tutores?

¿Los principios y valores inculcados en familias, escuelas y colegios, como semillas para un porvenir venturoso llegarán a fecundarse y producirán cosechas del ciento por uno? ¿De quién o de qué va a depender?

Hay tantas historias personales por escribirse: centenares, miles, entre nosotros… ¿y en todo el mundo?

¿Podemos desentendernos, padres y abuelos de familia, maestros y profesores, dirigentes gremiales y autoridades educativas, de inculcar a nuestras jóvenes generaciones la necesidad prioritaria de procurar mejorar éticamente el rendimiento de nuestra comunidad, a partir de un leal compromiso con Dios y con la patria? ¿Realmente no tenemos nada que decirles? ¿Sería tan amable en darme su opinión?(O)