La trilogía de realidades contrapuestas, vida, muerte y resurrección, resume el proceso que siguió la vida terrena de Jesucristo. La integración de estas realidades contrapuestas, que Jesús integró, es el camino de la humanidad hacia la plenitud.

Actualizamos litúrgicamente la vida de Jesucristo en la tierra, en la celebración de las diversas etapas de su vida terrena.

En Navidad actualizamos su nacimiento. Jesús asumió en su humanidad a toda la humanidad, para que todos los abiertos a la vida resucitemos con Él y en Él. En Navidad celebramos la entrada del Hijo de Dios, como actor en la historia humana.

En Cuaresma celebramos, o sea, actualizamos litúrgicamente la vida de Jesús; proyectamos en nuestra vida la vida de Jesús, iluminando la vida humana con la vida del Hijo de Dios en la Tierra, en cuanto hombre. La vida de Jesús se resume en honrar a su Padre; “curando enfermedades y dolencias humanas” Jesús encaminó a la humanidad hacia la vida que no muere.

Actualizamos los diversos momentos de la vida de Jesús: el ayuno, la oración, los servicios, los actos de penitencia. La vida terrena de Jesús culmina en la muerte en cruz, cargado de nuestros egoísmos. Jesús acepta el dolor, no porque lo valora en sí mismo, sino porque abre del encerramiento del egoísmo al servicio por amor a Dios.

Con la Pascua celebramos el paso de la muerte a la vida, afirmando con el Resucitado que la muerte no es el final del camino; es un trozo; que los que lo recorren pasan de la muerte a la vida.

La vida de Jesús pone un sello de identidad a la vida humana. Este sello identifica la humanidad como integración, de alegría y dolor, de nacimiento y muerte, de victoria y derrota, de salud y enfermedad, de conocimiento e ignorancia.

Este sello de integración se rompe con la pasividad conformista, que ofende a Dios, señalándolo como autor de nuestros dolores y desventuras: los hechos dolorosamente negativos serían “Voluntad de Dios”. Olvidan que Dios teje la historia con su voluntad creadora y con la libertad humana.

Este sello que llevamos impreso calcina la pasividad o pereza, que, disfrazada de resignación, disuelve el lazo entre la muerte y la resurrección. El resignado pasivo es un muerto anticipado.

La ruptura del lazo entre libertad y responsabilidad deja que el agua se escape, sin regar el campo, al tiempo que echa la culpa de la escasa cosecha a la sequía “mandada por Dios”, o a personas imaginariamente enemigas.

A la luz de las reflexiones anteriores, hay que formar o reformar nuestras ideas y nuestras actitudes: Dios, que nos creó sin nosotros, no nos salva sin nosotros.

La trilogía vida, muerte y resurrección confirma la esperanza, la fuerza y la constancia en afrontar las dificultades, inseparables en la realización del plan de Dios, en el que se integran nuestro servicio y su inmenso don de nuestra plena realización. Celebrar la Cuaresma es actualizar en cada creyente y en la comunidad los tres pasos de la salvación, operada por Cristo. (O)