Mañana se conmemorará el Día Internacional de la Mujer, y seguramente las redes se inundarán de comentarios tan adversos como diversos, sin embargo, considero que es un día para recordar que la búsqueda de igualdad en derechos y oportunidades laborales entre hombres y mujeres todavía se mantiene, pero es necesario reconocer avances a nivel político, social y económico donde las mujeres ocupan puestos visibles y de poder. Sin alejarnos mucho, en las elecciones seccionales de este 24 tendremos algunas candidatas aspirando a prefecturas, alcaldías y concejalías desde diferentes provincias, manteniendo a Ecuador como uno de los países latinoamericanos donde se ha conseguido paridad política notable, y eso es bueno.

También es prioritario abandonar estereotipos; las mujeres no somos iguales a los hombres, así que no es necesario masculinizarse para conseguir respeto, pero tampoco es obligatorio llevar el pelo largo, maquillarse y usar tacones, somos distintos y cada persona tiene una historia humana que la vuelve única. Lo imperativo es respetarnos y no actuar bajo prejuicios.

He notado que últimamente se utiliza con frecuencia la palabra “sororidad”, un neologismo que se refiere a hermandad, solidaridad y apoyo entre mujeres, pero muchas veces siento que no se cumple, la mujer suele ser su peor enemiga. A veces, los celos, vanidad o una cuota de envidia impiden que el concepto se llegue a concretar y creo que es necesario tomar conciencia de ello para poner de nuestra parte y empezar a respetar a la que viste distinto, tiene medidas diferentes o se desenvuelve frente a los hombres de una manera que nosotras no podríamos. Alguna vez Marcela Lagarde, activista mexicana, me dijo que es imposible que todas nos llevemos bien y nos tratemos como hermanas, pero que por lo menos debemos tratar de no hablar mal de las otras; ya con eso haríamos bastante.

En consecuencia, hagamos la prueba de pensar antes de hablar. Analizar si lo que vamos a decir es edificante o es solo para matar la honorabilidad de alguien que, tal vez, ni siquiera conocemos. Tratemos de vencer el espíritu de convertirnos en fiscales de la virtud ajena y jueces de la moral, esforcémonos por hacer bien nuestra parte y enseñar con el ejemplo a quienes vienen detrás.

Por ejemplo, entrar a Twitter es encontrarse en terreno minado por una hipersensibilidad que estalla frente al mínimo tuit. Las peleas más encarnizadas pueden ser originadas porque alguien decidió escribir sobre cualquier cotidianidad y enseguida salen los detractores de todo, defensores por nada. Los conceptos se confunden, las banderas se mezclan y el color de los pañuelos genera polémicas y discusiones sin sentido, atacando siempre, debatiendo casi nunca, porque para lo segundo se necesita hacer silencio y escuchar, pero ese ejercicio no se practica en el mundo del pajarito azul.

Finalmente, creo que debemos recordar que ser amable es gratis y su efecto se multiplica, además, tenemos la responsabilidad de cambiar nuestra sociedad desde el lugar que hayamos elegido para desarrollarnos, como dice Michelle Obama: “No mueras en la historia de tus dolores y experiencias pasadas; vive en el ahora y en el futuro de tu destino”. ¡Vive! (O)