Sí, una vez más estamos al comienzo del tiempo que el año litúrgico de la Iglesia católica propone para reflexión, recogimiento y penitencia, como medios de preparación para vivir más intensamente y mejor el espíritu de los sagrados misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret.

En medio del mundo actual y a pesar de él, los católicos estamos particularmente convocados en estos cuarenta días a la austeridad, la reflexión, el sacrificio, el estudio y la acción apostólica como elementos impulsores hacia una vida serena, de introspección, preocupación y optimismo apropiados para el cambio cualitativo que requiere nuestra existencia, como activa contribución en la construcción de un mundo mejor, en donde la justicia y la caridad, propuestas por nuestro Fundador, se conviertan en realidad, esa que la generalidad ansía, aunque haya poderosas minorías que la boicotean.

Durante el itinerario cuaresmal deberíamos plantearnos nuestro rol en los ambientes sociales en los que nos desenvolvemos. ¿Somos agentes activos de la inserción del tema en conversaciones o reuniones o puede más la inseguridad de nuestros conocimientos y convicciones religiosas?

¿Si hay otras personas que toman la iniciativa y proponen el tema cuaresmal, aprovechamos la oportunidad para impulsar o sugerir la práctica de las devociones y actividades apostólicas propias de la época?

¿Acaso nos paralizamos o hasta criticamos a quienes se atreven a “hablar de temas religiosos” cuando participamos en reuniones sociales o en los nuestros ambientes laborales donde nos desenvolvemos?

¿Somos capaces de negar nuestra relación con Jesús de Nazaret, como Pedro? ¿Hasta por tres veces? ¿Acaso más?

Tal vez nos está haciendo falta una urgente y profunda reflexión sobre nuestras verdaderas convicciones religiosas, postergadas indebidamente por el tipo y ritmo de vida que llevamos.

Si fuera así: ¿nos hace falta hacer un alto en nuestro ritmo de vida para meditar, seria y profundamente, en cuestiones trascendentes, que desaparecen del radar de nuestras preocupaciones por el tipo de vida que llevamos?

Este es un fuerte cuestionamiento.

¿Siempre fuimos así? ¿Nos hemos transformado? ¿Nos hemos dado cuenta del cambio y no reaccionamos?

¿Procuraremos el retorno o nos quedaremos en la aparente comodidad “espiritual” en la que nos encontramos?

¿Acaso reactivar nuestra conciencia cristiana crítica es un obstáculo para nuestros actuales planes de vida?

¿Es que ni Cristo, ni el cristianismo nos preocupan? ¿Algo así como que ni la patria ni el patriotismo nos interesan ahora? ¿Será posible llegar a esas conclusiones?

La Cuaresma: el tiempo de conversión y preparación, de renovación y compromisos de cambios positivos, debería estar bien marcada en nuestra bitácora, como parte esencial del ciclo anual de nuestra ascendente y siempre perfectible relación con Dios.

Como me parece que no debo desaprovechar la ocasión, le reitero la invitación para que, considerando la actual etapa litúrgica, reserve parte de su tiempo para meditar y reflexionar sobre su espiritualidad teórica y práctica, porque le puede hacer mucho bien. No lo dude.

¿Le conviene aceptar mi sugerencia? ¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)