He vacacionado desde que tengo uso de razón en el cantón Salinas, específicamente en la playa de Chipipe en la provincia de Santa Elena.

Atrás quedaron esos años en Salinas donde la playa de San Lorenzo era sinónimo de multitud con ruido, y la playa de Chipipe era la tranquilidad y la soledad.

La falta de regulaciones municipales y la ineptitud de los órganos de control han vuelto a Chipipe en un lugar caótico, en una verdadera pelea desde las siete de la mañana porque los proveedores ponen sus carpas para alquilarlas; por los parasoles que se ponen al frente de las carpas privadas de los edificios; por la cantidad de vendedores ambulantes que interrumpen a cada momento con sus gritos, sus carretas, con su intromisión al espacio físico de tu carpa o de tu parasol. Ya no existe la asociación de los vendedores en la playa, la cual tenía a los miembros con uniformes y se organizaba ordenadamente.

Es entendible que las personas ofrezcan productos en la playa, es imposible imaginar a Salinas sin sus helados, sus granizados o sus empanadas; pero que vendan con usos de parlantes: arroz con pollo, ofrezcan servicios de masajes cada tres minutos, mariscos crudos en la playa...; considero que es realmente un caos. La falta del respeto al momento de ofrecer los productos genera muchas molestias y un gran estrés al estar en la playa.

Los que vamos a Chipipe sabemos que es imposible mantener una conversación de más de cinco minutos sin que un vendedor te interrumpa o no respete tu espacio físico. Lamentablemente lo único que ocasionan es que las personas que queremos disfrutar de la playa de una manera sanamente nos alejemos.

El Municipio de Salinas está en deuda con los turistas dada su falta de control y de reglas claras para los vendedores ambulantes, ya que lo único que ha generado es el caos.(O)

César Moya Delgado,

Guayaquil