Por edad estoy exenta de la obligatoriedad de votar, pero la conciencia me empuja a ello. Soy una ecuatoriana más, mareada entre la ola de nombres, fragmentos de propuestas, debates incompletos, entrevistas fugaces que se mueven en torno de una impresionante cantidad de personajes. No están los tiempos para creer en las generosas proclamas de amor a la comunidad ni posesión del espíritu de servicio. La mirada escéptica que nos caracteriza ahora se pregunta ¿qué quieren, en realidad, estos candidatos?

Advierto un problema nuclear en el cansancio generalizado sobre “los mismos de siempre” (reacción ante los nombres que se repiten período a período en los diferentes frentes partidistas y hasta, aun, cambiando de partido político) y el desconocimiento sobre los nuevos nombres que nos impiden discernir acerca de las posibles competencias y conocimientos que exigen los cargos a que aspiran. La indefinición se instala en la mente del ciudadano, y cuando es remplazada por la indiferencia puede resultar nefasta para el futuro del país.

Así estamos. Esperando la fecha de marzo, leyendo las insuficientes declaratorias de intenciones, los manoseados diagnósticos de la realidad, pero ansiosos como es obvio de que las cosas mejoren y salgan de su estancamiento. Como se trata de elecciones seccionales, sabemos que el gran marco político de acción seguirá igual, que ese ya tiene una línea trazada (o como dicen muchos, no la tiene sino que se gobierna para el día) y tendrá que coordinar esfuerzos con las autoridades que cada ciudad decida. Eso no quiere decir que no haya intereses específicos respecto de algunos representantes de sectores afines o las clásicas alianzas bajo la mesa de las cuales ningún gobierno carece.

La elección de nuevos miembros para el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social es la llaga de la incertidumbre. O votamos por personas que no conocemos para nada o votamos nulo. La discusión da someras vueltas al ritmo de las propuestas de los expertos. ¿En qué momento el ciudadano común va a tener claras las ideas al respecto? ¿Acaso el mismo Estado o los medios masivos de comunicación no tienen el imperativo de preparar al pueblo para tan importante paso? Y ¿cómo se procede para no inclinar la balanza hacia alguna clase de sutil proselitismo?

La tan mentada “fiesta de la democracia” y demás lugares comunes de la época electoral tiene rostro de batiburrillo y de confusión. No nos gustan las ciudades plagadas de propaganda, el tránsito se complica con caravanas y jolgorios que vitorean a candidatos emergentes, los barrios populares acogen indistintamente el paso de visitantes que aprietan manos y besan a los niños. El tiempo de la oferta de mejoramientos huele a oportunismo y a sonrisa falsa.

No dudo de que tiene que haber gente experta y gente nueva. De que con esta dialéctica se nutren los equipos que puedan trabajar por las ciudades y los pueblos y de que a muchos nos interesa el combate a la corrupción y el emprendimiento de iniciativas de solución y crecimiento. Pero el halo que rodea a la política está tan contaminado que la desesperanza nos hace ser, a muchos, escépticos o indiferentes. Mala cosa.

(O)