Hace pocos días se efectuó en San José, Costa Rica, un taller que congregó a los más granados expertos agrícolas, con la finalidad de discutir sobre el “Futuro de la agricultura y los sistemas alimentarios en América Latina y el Caribe”, las exposiciones centrales estuvieron debidamente sustentadas, complementadas con la integración de grupos de trabajo que elaborarían un documento avalado por el IICA, BID, IFRD y Banco Mundial, sobre lo que se espera del sector agropecuario, adelantándose, por la orientación de las presentaciones, que le corresponderá cumplir nuevos retos, casi imposibles de cumplir en las presentes circunstancias.

Esas responsabilidades se inscriben en la creación de más empleos, aumentos significativos de productividad, lucha contra la pobreza y marginación, abastecimientos de alimentos sanos y que suplan las deficiencias nutritivas y no contribuyan al exceso de peso y la obesidad, manteniendo la integridad de la biodiversidad, es decir, fieles al principio de sostenibilidad ambiental y adaptación al cambio climático y no agranden la emisión de gases de efecto invernadero; se reitera en grandes y múltiples objetivos que solo con el crecimiento sostenido de la agricultura se podrán lograr, cuando paradójicamente vaticinaron una tendencia a su desaceleración.

Las tareas que les tocará satisfacer a los ministros de Agricultura de Latinoamérica son poco menos que titánicas, requerirán un gran compromiso político al más alto nivel estatal a efectos de que se entreguen al sector las líneas de financiamiento, públicas y privadas, que serán imprescindibles en algunos campos en los que hay indiscutibles deficiencias, comenzando con la necesidad de impulsar como nunca antes la investigación e innovación agrarias, pues de ellas saldrán las soluciones y los métodos para el incremento de productividad de los actuales y nuevos cultivos y ganaderías, que ya el ministro ecuatoriano del ramo adelantó, en semanas pasadas, que aspiramos a que hayan tenido la debida resonancia en los estratos políticos y financieros del régimen.

Será necesario darle vigencia a las expresiones del anfitrión del antes mencionado evento, el director general del IICA, Manuel Otero, cuando proclamó: “La agricultura está en nuestro ADN, y depende de nosotros aprovechar la oportunidad de convertirnos en garantes de la seguridad alimentaria mundial”. Es necesario, por tanto, activar ese adormecido gen agrícola que tienen los líderes políticos nacionales, para que por fin comprendan la trascendencia de la agricultura y luchen por su desarrollo, en el convencimiento de que es la singular alternativa para abatir la pobreza y otorgar a toda la población el merecido bienestar.

Sin embargo, las primeras informaciones disponibles develan, por ejemplo, que los multimillonarios empréstitos que se habrían obtenido no se direccionarían de manera concreta a ningún proyecto trascendental específico para lo agrario, cuando es urgente concluir con las obras de riego y drenaje que la infraestructura existente demanda, para llevar las aguas hasta las fincas, promocionando alianzas público-privadas, con comercialización segura de las cosechas y hacer producir inmensos campos de magníficos suelos pero sin aprovechamiento agropecuario y su posterior industrialización, únicas formas para que la agricultura ecuatoriana pueda cumplir con las nuevas tareas que se le asignan, entre las que sobresalen la generación de empleos, el abatimiento de la desnutrición y la seguridad alimentaria. (O)