La educación es una institución que debería reinventarse, poder seguir el ritmo, los avances y los desafíos de la sociedad su gran derrotero, esto es un debate a nivel mundial.

Los diferentes gobiernos que han pasado no han hecho una transformación del aula de clase. Los años de “revolución ciudadana” sumaron infraestructura educativa, escuelas del milenio; a cambio se encargaron de desmontar el reclamo y las voces disidentes. No se hicieron cambios profundos en las formas de educar, se siguió priorizando la memoria y la repetición.

Buscar estudiantes que cuestionen, que indaguen, que puedan gestionar positivamente el disenso, la controversia; que promuevan la inclusión, debería ser el propósito del sistema educativo. Claro, esto parece a nadie interesar y más aún al poder; tener niños y jóvenes que bajen la cabeza, que obedezcan, que cumplan disposiciones sin cuestionar, parece que fue el objetivo. Nada ha cambiado aún.

Qué poco se ha transformado la práctica docente; los docentes también sufrieron represión, experimentaron la censura; tenerlos ocupados horas y horas llenando reportes fue la forma de buscar su normalización. Resultado, jóvenes sin la capacidad de asombro por los problemas del país, con poca afición a la lectura, desinteresados por descubrir el conocimiento.

El país requiere de cambios profundos en nuestro sistema educativo que deben llegar además a la universidad. El presidente del Ecuador, Lenín Moreno, no puede ni debe descuidar la educación, pues es la única herramienta real para dar un salto, del país que tenemos al que quisiéramos tener: un país de personas libres, solidarias que vivan en paz y con dignidad.(O)

Roberto Carrión Cevallos,

ingeniero eléctrico, Quito