Gabriel había tenido muchos problemas en el vientre de su madre. El cordón umbilical lo tenía enredado en el cuello y si se movía mucho se ahorcaba, así que aprendió a quedarse quieto y acurrucado.

Cuando nació, la vida no le fue fácil. Era un niño taciturno y observador. Corría poco y no era amigo de los deportes. Un día vino radiante de la escuela. Soy un triunfador repetía. Sus ojos brillaban, había descubierto una fuerza inesperada. La maestra nos explicó que somos fruto de una carrera que ganó el espermatozoide más rápido que fecundó a un óvulo y después de un largo proceso, aquí estoy yo... No paraba de contarlo a quien quisiera oírlo. Desde entonces cambió. Caminaba erguido, se subía a los árboles sin miedo y aprendió karate…

El misterio de la conciencia de la vida o de la vida consciente me sobrecoge. Recordaba esto a propósito de las discusiones y debates sobre la legalización del aborto en caso de violación, con determinados límites de tiempo para poder realizarlo. No es fácil enfrentar el dramático problema de legislar sobre el aborto. No se trata solo de un problema legal, sino de una realidad compleja por las connotaciones filosóficas, religiosas, culturales, biológicas, sociales.

En un artículo anterior expresaba mi convicción de que es una decisión que debe tomar la mujer involucrada, que no puede ser el Estado quien obligue a mantener un embarazo fruto de una extrema violencia y menos aún puede condenarla a prisión. Ni hablar de la aberración de obligar a una niña a llevar a término un embarazo para el que no está preparada ni física ni psicológicamente. No se puede agregar a una tortura más tortura, que además dura toda la vida. En situaciones límites todos tienen derecho a que se respete su conciencia y su capacidad de elegir.

La gran pregunta: ¿Cuándo ese óvulo fecundado se convierte en ser humano? Si la vida depende de Dios, ¿Dios puede querer que una niña de 10, 11, 12 años quede embarazada? ¿Puede también querer que a veces la madre aborte espontáneamente o el niño nazca sin vida? Si la vida es desde la concepción, ¿Dios mata? La trascendencia de las preguntas nos deja siempre un sentimiento de desproporción en las respuestas. Y nos enseña que no hay respuestas simplistas.

No hay que endilgar a Dios nuestros obtusos razonamientos y hacer lo mejor que podamos con lo poco que entendemos, y sobre todo enfrentarse a la realidad compleja y dura con toda la empatía de que somos capaces. Y respetar las decisiones difíciles, cualquiera que ellas sean, que toman quienes padecen el dolor de una violación.

Dice Leonardo Boff: “Cada uno de nosotros tiene la edad del universo, que son 13.730 millones de años. Todos estábamos virtualmente juntos en aquel puntito, más pequeño que la cabeza de un alfiler, pero repleto de energía y de materia. Ocurrió la gran explosión, y generó las enormes estrellas rojas dentro de las cuales se formaron todos los elementos físico-químicos que componen el universo y todos los seres que lo forman. Somos hijos e hijas de las estrellas y del polvo cósmico. Somos también la porción de la Tierra viva que ha llegado a sentir, a pensar, a amar y a venerar… ¿Cuál es nuestro lugar dentro de ese Todo?”.

Nos falta mucho para respetar la vida, admirarla, cobijarla y ser conciencia del universo: la vida que se comprende a sí misma no tiene miedo de la libertad y tiene al amor como principio y fin de todo lo creado. (O)