Todos resisten en Venezuela: el Gobierno, la oposición, los profesionales, los empresarios, las mujeres, los hombres, los ricos, los pobres, los militares, los obreros, los campesinos, los jubilados, los desempleados... La vida, todas las vidas, puestas al borde del precipicio. Un cataclismo del que nadie se libra. La vida agarrándose de lo que encuentra a su paso para no precipitarse al abismo. Maduro se sostiene de los militares; los militares, de Maduro para proteger su larga complicidad revolucionaria; la oposición, de los gringos y de los gobiernos latinoamericanos para ganar fuerzas y desterrar a los que llaman usurpadores; los periodistas, de sus redes para salvar la vida; los jóvenes, en cambio, caen al abismo: se desgarran en las drogas y las armas.

Y se resiste en medio de la oscuridad de la noche, con las luminarias de las calles dañadas, en una ciudad paranoica y herida, como la llama Martín Caparrós en un extraordinario reportaje – ‘Caracas, la ciudad herida’– publicado este domingo en El País. Testimonio desgarrador, crudo y realista del transcurrir diario de la vida en la capital de la República Bolivariana de Venezuela.

Todo hace falta en Caracas: comida, transporte, agua, luz, billetes, algodón, medicinas, médicos. Hay hambre, mucha hambre; basura, toneladas de basura; inseguridad. Resisten a la sombra que se mueva, encerrados en las cuatro paredes de sus casas. Caparrós dice: “Hay más asesinatos en Caracas en dos días que en Madrid en un año”. Del Estado Mágico petrolero, descrito tan bien por Fernando Coronill en su libro ya clásico, solo queda la gasolina barata. “Va de nuevo: con un dólar se podrían colmar de gasolina 800.000 coches”, dice Caparrós. Escombros del Estado mágico.

Resisten los que se quedan porque uno de cada diez venezolanos se ha ido. Los ricos a Estados Unidos o Europa, los pobres a ciudades como Quito a pedir ayudas en las esquinas. Resisten los pocos ricos de la era próspera del petróleo y los nuevos ricos del chavismo y el madurismo, en sus islotes de confort y privilegios. Resisten los chavistas con el manejo corrupto de las canastas de alimentos que entregan en los territorios controlados por ellos. Resisten los barrios marginales con el recuerdo mesiánico, idólatra, de Chávez, aún a la espera de la independencia definitiva.

Resisten los gobernantes con las proclamas antiimperialistas, la guerra económica, las fronteras de exclusión entre los compañeros y los otros; enrostrándoles a los otros gobernantes las miserias de sus propios países. Maduro resiste consolándose en todas las miserias del mundo. Nadie, en medio de sus miserias, tiene argumentos morales para exigirle nada, ni elecciones, ni transparencia, ni eficacia, ni alternabilidad, ni decencia, ni una pizca de verdad. Se ahogan en su propia miseria y arrastran a todos a resistir, solo a resistir.

¿Cómo fue posible que una locura así, un desenfreno de tal naturaleza, un colapso de tal magnitud de la política, el gobierno, la economía y la sociedad, ocurriera? En medio de todo este desastre, una increíble incapacidad de autocrítica, por qué se destruyó Venezuela. ¿Qué combinaciones tóxicas entre socialismo del siglo XXI, revolución, antiimperialismo, mesianismo, carisma, utopías, derechas, se produjeron para llegar al abismo? ¿Qué vacíos democráticos y qué perversiones políticas? ¿Autocrítica? A qué tiempo, si solo resta resistir y resistir. (O)