Recostados sobre grandes maletas que parecen anidar sus pequeños cuerpos, los cansados rostros reflejan fatiga mientras su padre pregunta a desconocidos por los buses para llegar a la Península. ¿Pero a qué lugar de la Península? Le cuestionan. No importa, a cualquiera… responde en tono de incertidumbre y agotamiento, alejándose luego para retomar las grandes maletas despertando a los pequeños que sin protestar se levantan somnolientos movidos solo por la confianza hacia el padre. El hombre parte y su rostro tiene marcada la evidente interrogante: ¿podré protegerlos? Son solo otros más de los miles de venezolanos que siguen llegando a nuestro país al igual que a otros países de la región huyendo del hambre y, sobre todo, de la violencia.

Me pregunto y le pregunto a usted ¿haría algo por este padre y sus pequeños? ¿Podemos considerarlos nuestros prójimos?

Este país, según el INEC, registra que 8 de cada 10 ecuatorianos son católicos, 1 de 10 protestante y de otras religiones y 1 de 10 ateo o agnóstico, es decir, la mayoría profesa el cristianismo. Ese cristianismo que promueve amar al prójimo como a sí mismo; dar de beber al sediento, abrigo al necesitado, consuelo al afligido.

Los injustos ataques en Ibarra y en otras ciudades del país contra ciudadanos venezolanos a raíz del terrible asesinato de una joven ecuatoriana por “un venezolano” refleja una sociedad con principios contrarios.

Tal vez he vivido con un error de conceptos. Es posible que el prójimo sea aquel que tenga igual religión, ideología o ciudadanía que la mía; que la solidaridad debe estar destinada a quienes reúnan ciertos criterios. Tal vez los principios de la Biblia, documento sagrado para gran mayoría de ecuatorianos, están sujetos a interpretación; que el dar de beber al sediento dependerá de si tengo suficiente agua para mí o para los míos; que el dar abrigo o consuelo al afligido dependerá de la condición de quien lo requiera; en definitiva, no todos son nuestros prójimos.

El vergonzoso ataque a personas cuyo único delito es ser extranjeras lastimosamente no es solo el reflejo del problema de un grupo de la sociedad ecuatoriana, más grave aún, es el reflejo de un problema de muchos seres humanos; aquella triste tendencia a exigir que se nos dé cuando requerimos apoyo, trabajo, apertura, pero a despreciar o tratar con desdén a otros en similares circunstancias cuando nuestra situación mejora.

No se trata de pregonar el ser de tal o cual religión; de creer o no en Dios; de asistir domingo a domingo a una iglesia; no son las palabras ni las apariencias las que nos describen, son nuestras acciones diarias.

Los seres humanos tenemos aún un gran camino por recorrer para convertirnos en una verdadera humanidad. Confío en que podremos hacerlo. Confío en que la mayoría de ecuatorianos estamos en ese camino. Confío en que olvidemos las fronteras y nos veamos como aquella gran familia humana en la tierra-patria a la que se refiere el filósofo francés Edgar Morin. Confío en que adoptemos la ciudadanía mundial donde cada mujer, hombre y niño, sin importar su origen o creencia, sea ante todo un ser humano.

(O)