Decir “brutal violación” configura un pleonasmo ¿Hay violación que no sea brutal? Quizás se puede pensar en “grados”, contabilizando las heridas físicas, las incuantificables secuelas psicológicas que acompañarán a la víctima durante un tiempo indeterminable, y los recursos e instrumentos que utilizó el perpetrador. No hay semana que la prensa ecuatoriana no traiga noticias de crímenes sexuales cometidos en territorio nacional, e incluso de algún hecho similar actuado por inmigrantes compatriotas en Norteamérica o en Europa. Ahora ya tenemos “manada ecuatoriana” igual que la española, como la que ultrajó grupalmente a una adolescente durante la reciente Nochevieja en Alicante. Nos acostumbramos peligrosamente a este delito, y estamos en trance de “naturalizar” la violación.

En esa creciente indiferencia, los quiteños se han sentido momentáneamente conmovidos por la noticia reciente de una violación grupal cometida por tres varones contra una mujer de 35 años en un bar del norte de la capital, mediante la utilización de varios objetos, causándole severas lesiones en sus partes íntimas. Una conmoción transitoria suscitada por el despliegue que la prensa ha concedido a la noticia, y por la difusión de las imágenes que los monstruos registraron de su víctima y de su crimen en un teléfono celular. Ahora que la palabra ya no tiene mucho valor, y sobre todo la palabra de la víctima, solamente la viralización de las imágenes impresiona a un público malacostumbrado a la violencia cotidiana gracias a la globalización y a la “ética” de las redes sociales.

Pero, ¿qué pasa por la mente de alguien que comete un hecho de esa naturaleza, si allí se puede suponer una “mente”? No hay manera de saberlo de un modo general, tratándose de una actuación patológica que debe ser esclarecida en la clínica del uno por uno. Desde afuera, impresiona como un ejercicio que no tiene nada que ver con el erotismo ni con la sexualidad, y que apenas roza el tema de la posición sexuada de estos sujetos (como varones) sugiriendo un odio profundo hacia las mujeres y las diferencias sexuales. Porque aparentemente se trata de dañar allí donde las diferencias son evidentes a la simple percepción. Si se comprueba el supuesto del brutal intento de herir en el lugar donde los niños y las niñas verifican sus primeras diferencias anatómicas, estamos ante la puesta en acto de la perversión clínica por parte de estos sujetos.

Cuando se trata de la violación, en este país y con las frecuentes “puestas en acto” de la perversión de nuestro sistema judicial, jamás podemos tener la confianza de que los criminales recibirán su merecido. La venalidad de algunos jueces y el recurso difundido del contrargumento “ella lo provocó o se expuso”, incluso por parte de muchas mujeres, evita el castigo para los violadores. A ello se añade la indefensión de muchas víctimas, solas y pobres, ante agresores poderosos, acaudalados e influyentes que “negociarán” con ellas. Pero… ¿qué pasará –en este caso de la noticia– si esta mujer ha quedado embarazada de cualquiera de estas bestias? ¿Podría desear un hijo engendrado por un psicópata? Preguntas pertinentes y oportunas cuando una conocida asambleísta ecuatoriana acaba de testimoniar públicamente su cambio de posición respecto al aborto en caso de violación.

(O)