Es lamentable la situación social que vivimos, producto –en cierta medida– de leyes y reglamentos vigentes que lejos de procurar bienestar y justicia social, han permitido el expendio y consumo de drogas y sustancias sicotrópicas en cualquier sitio público, a vista y paciencia de la ciudadanía.

Si acaso en varios cantones hay ordenanzas que prohíben el consumo de drogas en la vía pública, son inobservadas y quedan en letra muerta ante la imposibilidad de los policías municipales y agentes del orden de hacerlas cumplir por falta de logística. Los expendedores se hacen pasar como consumidores para evadir acciones legales. Las secuelas sociales de la drogadicción son temibles, el individuo pierde su noción de ser, va devastando su entorno y conduce a un gran abismo económico a su familia; salir de esta situación requiere de la voluntad del afectado, tomar conciencia del mal que lo aqueja. La participación y comprensión familiar resulta imprescindible, buscar ayuda de profesionales de la salud para la desintoxicación, y las terapias de recuperación. Este tratamiento resulta costoso, toma su tiempo y en ocasiones es necesario internar al afectado en clínicas y casas de reposo. Existen los grupos de Alcohólicos Anónimos (A.A.) que tienen más de medio siglo en Guayaquil, y sus derivaciones Narcóticos Anónimos y Alhanom, ayudan a consumidores y sus familias; las autoridades pueden llegar a un acercamiento con estas agrupaciones para facilitar la logística a más sectores, transmitiendo su mensaje que una vida libre de alcohol y drogas es posible viviendo un día a la vez, creyendo en un ser superior y prometiéndose no consumir por las próximas 24 horas. Salir del mundo de las drogas sí es posible, solo hace falta la voluntad del adicto, el amor de la familia y la decisión gubernamental férrea de librar a la ciudadanía de ese flagelo.(O)

Xavier Vicente Muñoz Avilés,

licenciado en Periodismo, Guayaquil