El aborto tiene su propia ley, y cuando una mujer o una pareja creen que la interrupción de un embarazo es la solución, parecería que no hay otra ley que valga y que solo el tiempo les dará la razón. Porque dejando de lado eufemismo alguno, quienes estén ante esta dura alternativa no ven situación dramática alguna, no ven crujir de huesos ni derrame de masa encefálica, solo ven una situación impensada, un “descuido”, sus sueños truncarse y la seguridad de que siempre habrá alguien que esté presto a aplicar una “solución”, y ahí está el ser o no ser de la cuestión.

Conocí un médico, ya fallecido, que cuando lo requerían para esta práctica solo exigía la presencia de ambos autores, esa era su “ética” y luego de las explicaciones de rigor imponía su precio, y si lo aceptaban, ordenaba los exámenes de laboratorio y aplicaba las “últimas técnicas” que “garantizaran la integridad de la paciente”. Parecería que se tratase de un acto quirúrgico más. El Estado debe establecer una masiva educación para que todos sepamos cómo evitar los embarazos... Este tema es tan viejo pero desgraciadamente existen tantos intereses desde los dogmáticos hasta los económicos, pasando por los sociales y políticos, que nunca nos pondremos de acuerdo; por eso bien vale mirar lo que pasa en las comunidades donde el aborto es una realidad legal, y comprobar si en estas comunidades las gentes se volvieron más prudentes o más cínicas, sin mencionar la presencia de extraños que siguen llegando a beneficiarse de la legalidad, que de algo o mucho debe servirles a sus atormentadas mentes y espíritus. ¿Será que la legalidad supera cualquier escrúpulo? Tal vez aquí debería aplicarse aquella frase de Carlos Julio cuando dijo: “Dejemos de hacer la política del tonto esperando que otros hagan algo, para nosotros repetirla”.(O)

Eduardo de Jesús Vargas Tobar,

doctor en Medicina, Guayaquil