La contradicción entre las diversas posiciones que se adoptan frente a temas importantes en la vida contemporánea es exacerbada por sus protagonistas y sus entornos que ven en la radicalización de la controversia el mejor camino para que sus criterios se impongan. Muchos escenarios sociales son espacios de luchas virulentas en los cuales a menudo se incurre en actitudes que contradicen axiomas que fundamentan sus propios discursos, en este caso la tolerancia, llegando hasta la descalificación personal de los que piensan de manera diferente. En este contexto, la tolerancia es un sofisma en manos de quienes la utilizan como argumento para que sus opiniones y formas de ver el mundo se impongan, pero no se sienten involucrados con la búsqueda de la coherencia de sus conductas con el concepto que sustenta su opinión. Es como cuando un católico reza el padrenuestro sin la intención de cumplir con lo que ese texto exige: fe, perdón y búsqueda de la virtud. O como cuando ciertos autoproclamados defensores de los derechos humanos en la práctica van en contra de la dignidad, la libertad de opinión y expresión, la honra o el buen nombre de aquellos que consideran merecen ser tratados así.

En toda sociedad coexisten posiciones distintas. Hay quienes, basados en el argumento de la tolerancia, construyen discursos y realizan acciones orientadas a la incorporación cultural de formas de vida rechazadas por antiguas concepciones. También están los que defienden criterios basados en religiones y filosofías tradicionales que fijan con precisión los fundamentos dogmáticos de sus sistemas de principios y valores que tienen como objetivo declarado practicar y desarrollar comportamientos coherentes con sus doctrinas. La Torá para los judíos es su referente sagrado. La Biblia lo es para los católicos.

Para muchos en realidad lo importante no es la tolerancia sino el afianzamiento del nuevo patrón cultural que se construye con la participación de adeptos incondicionales y el rechazo a los que piensan diferente, que son considerados retrógrados, enemigos del cambio, poco inteligentes y que por esas razones deben ser combatidos y vencidos por la fuerza de la nueva visión que no admite réplica. En el proceso de construcción de los nuevos paradigmas sus protagonistas se reconocen entre sí sus mejores cualidades, son recíprocos en zalameras alabanzas y se motivan para el combate contra aquellos que desde la ignorancia se atreven a pensar de manera diferente y defender puntos de vista que les ofenden porque se oponen a lo que es diáfano, moderno y representa el cambio que para muchos llega a ser la justificación ética de cualquier acción.

La reflexión moral ha sido y es indispensable. Incluso quienes están por la ruptura con lo tradicional y a favor del cambio per se justifican esa posición porque consideran que es filosóficamente correcta. La contemporaneidad, marcada por el imperio concreto y arrasador de la ciencia y la tecnología, requiere que se potencie exponencialmente el discernimiento moral respecto a la corrección ética de la acción humana, pues sin reflexión espiritual la sostenibilidad de la vida estaría en manos exclusivamente de la ciencia y sus devaneos… y ese es un escenario de muerte y desolación.

(O)