Mirar el pasado es fascinante, más cuando lo hacemos de la mano de una novela bien escrita y perfectamente eslabonada en torno de un personaje, cuya estatura histórica se alza en medio de los más violentos y movedizos hechos. Vengo de convivir junto a María Teresa Carlota de Francia, hecha criatura vibrátil de palabra firme, por el trabajo de diez años de Nita Aspiazu de Balda. Primera novela, titulada La callada memoria del olvido, de una guayaquileña que la escribió en Madrid y donde acaba de publicarla.

Novela-carta, sus 440 páginas dan cabida al torbellino de acontecimientos narrados en primera persona al descendiente Borbón que hacía esperar la recuperación de la corona a una empecinada aristocracia en el exilio. La desafortunada María Teresa –que se mereció ser llamada Madame Royale por ser la hija mayor de Luis XVI y María Antonieta– narra con voz segura los numerosos avatares de su larga existencia, desde el hecho de ser hija de la “odiada austriaca” y representar el último legítimo eslabón de una familia consagrada.

No hay duda de que para narrar –como para vivir– se opta por una posición, se practica una mirada. Esta princesa –que por la ley sálica nunca podría gobernar– que siente gran amor por sus padres, no cree en los infundios que rodean la imagen de la veleidosa reina, respeta las decisiones políticas de Luis XVI o las ve, aunque vacilantes, llenas de buena intención, y da cuenta del vendaval que se precipita sobre su familia desde que la turba de mujeres atropelló Versalles, en 1789.

La autora, con vívidos trazos, nos hace compartir el sufrimiento de una adolescente que asimila la lección de haber nacido princesa “para servir a los demás”, paralelamente a los vejámenes que va sufriendo mientras los Estados Generales y la Convención –que gobiernan Francia durante el proceso de abandonar la monarquía– la despoja de rango y honor y humilla a sus padres, que desfilan hacia la guillotina y muere su hermanito menor, el posible Luis XVII. Los tres años, apresada en la torre del Temple sin ver a nadie, la dejan físicamente sin voz.

Ya como única sobreviviente del núcleo familiar del depuesto rey emprende un exilio lleno de alternancias que la someterá a protecciones, alianzas, matrimonio y demás gestiones diplomáticas que mantienen viva la posibilidad de un retorno al poder. A fin de cuentas, la creencia en el derecho divino de los reyes se asentó en las conciencias de la época. Grandes cantidades de población lo demostraban.

Esta prosa narrativa mesurada y serena –a fin de cuentas está redactada cuando Madame Royale ha pasado los setenta años– nos asalta a los lectores, con raptos de pasión en el lugar adecuado, con líneas sentenciosas que dan a la protagonista el rasgo mayor de su carácter: la capacidad de vivir y asimilar, de ver y pensar. Cuando sostiene “las crisis sacan lo mejor y lo peor de las personas” muestra que las décadas de vivencias amargas han dejado resabios de humanidad, que es lo que se afana por entregar a su sobrino nieto en la larga carta.

Da gusto pensar que las plumas ecuatorianas se desenvuelven en la más diversa temática y con los más distantes estilos, pero que en todas ellas hay un afán de autenticidad y un abordaje serio de la tarea de escribir. Nita Aspiazu de Balda se ha ganado su puesto. (O)