Conocemos que la ética es un tema de la filosofía universal que involucra a la moral y a las obligaciones que tiene el ser humano para consigo mismo y para con sus semejantes. Se trata de un tema eterno y comprende la lucha entre el bien y el mal, lo agradable y lo desagradable, lo estético y lo antiestético.

Es interesante dejarse llevar por estudiosos y doctos cuando se inspiran hablando sobre las facetas e interpretaciones de la ética; sin embargo, parecería que su aplicación en la práctica social no es tan fácil y debe ser traducida al idioma y las características de una colectividad en particular, no porque haya varias formas de ética, sino porque debe ser aplicada correctamente. Actualmente se habla de una ética heredada que se fortalece o modifica con la ética aprendida durante el crecimiento del individuo, y dependiente del lugar que le corresponde a cada ser; lo cual la vuelve difícil e impredecible, tanto más que en los últimos tiempos la familia atraviesa una crisis de valores, y si de esa familia salen todos los actores del entorno sociocultural, no es fácil vislumbrar el mejor camino a seguir ni quién será el mejor guía. Todos aprendemos de nuestros padres, los mayores o de quienes hacen de formadores. Si los hijos ven a su padre botar basura en la calle, hacer caso omiso de las leyes, abusar..., se acostumbrarán a verlo como normal; si ven a su madre raspar el cocolón y lanzarlo a media calle para que lo aprovechen las palomas, maltratar, mentir..., aprenderán a verlo como normal. Lo mismo el hábito de beber licor, fumar, gritar, hablar malas palabras, maldecir, expresarse mal de una persona a sus espaldas... El punto débil o fuerte está en el hogar. El padre como la madre juegan un papel decisivo en la enseñanza de la ética y las buenas costumbres de sus hijos. El otro pilar para continuar o mejorar la ética son la escuela y los maestros, los cuales deben ser educadores y formadores.(O)

Eduardo Vargas Tobar,

doctor en Medicina, Guayaquil