Siempre, siempre, siempre… el futuro es imprevisible. Bueno: quizá podemos decir que mañana va a ser 5 de enero, pero no esté tan seguro… que ya pasó alguna vez en la historia que tuvimos que saltarnos unos días para ajustar el almanaque. Pero el problema no es si prevemos que mañana va a ser 5 de enero sino qué va a pasar el 5 de enero y el resto de los 360 días que quedan de 2019. Será por eso, por lo imprevisible, que nos deseamos buen año para el siguiente al final de cada uno que termina: apelamos a la suerte, a que las cosas nos vayan bien, a pesar de lo que nos traiga el destino para este año que comienza.

Pero déjeme que le diga un par de cosas a raíz del cambio de año, antes de desearle suerte para 2019.

Primero: las fechas son apenas fechas. Una convención que usamos los hombres para organizarnos un poco. Los judíos tienen las suyas, los musulmanes tienen otras… y los chinos… y los hindúes… y todos coinciden en dejarle a la religión el control del almanaque. Todos respetan, también el ciclo evidente de la Tierra alrededor del Sol (o del Sol alrededor de la Tierra). Y, para entendernos entre todos, usamos un calendario cristiano reformado por el papa Gregorio XIII en 1582, encima del que organizaba los meses desde los emperadores Julio César y Augusto, a quienes seguimos dedicando dos meses del año.

El cambio de año es menos trascendente que el paso del día a la noche. Hace cinco días cambió el año y el 1 de enero fue el día siguiente del día anterior, igual que ayer y hoy o que cualquier cambio de día del almanaque que a la naturaleza eso no le tinca ni un tranco. No se dan cuenta ni los animales ni las plantas: solo los hombres (los seres humanos) anotamos en nuestros diarios que cambió la fecha, porque la ficción del derecho nos obliga con sus plazos, sus vencimientos y su ansiedad apurada por saber consumir lo que nos queda. Quiero decir que las cosas no cambiarán porque cambia el almanaque y tampoco cambian en un día y una hora precisos. Cambian cuando les toca cambiar y eso ocurre siempre en el momento menos pensado. Así funciona la serendipia, que es, al fin y al cabo, la lógica propia del tiempo y de lo que pasa, incluso cuando los humanos intentamos interferirlos con nuestra torpeza habitual.

Segundo: al futuro hay que forjarlo. Si esperamos que los cambios de estación, de mes, de día o de hora, modifiquen la realidad, estamos fregados. La naturaleza tiene su propia lógica, sus ritmos y sus transformaciones obedecen a causas que no controlamos: no ocurren por casualidad sino por causalidad. Y nosotros –los seres humanos– somos parte de esa naturaleza, pero a diferencia de lo que sucede con el resto de la creación, tenemos la inmensa posibilidad de intervenir en sus cambios. Podemos degradarla o potenciarla, acelerar sus ciclos o retrasarlos, podemos respetarla y también podemos ignorarla y abusar de ella a nuestro antojo y en contra de las pretensiones de otros que tengan los mismos o mejores derechos que nosotros. Podemos intervenir en las transformaciones sociales y tecnológicas. Podemos mejorar el mundo o podemos empeorarlo.

No puedo saber cómo le fue a usted en 2018. Ya pasó. Pero no se haga ilusiones, que 2019 puede ser mejor pero también peor. No esperemos a ver qué nos toca; depende de cada uno y de todos que 2019 sea mejor que 2018. Y para eso hay que trabajar con ganas para intervenir positivamente en los acontecimientos de la naturaleza y en los de los hombres. No tenga duda de que será mejor para todos si cada uno de nosotros se preocupa de poner su parte para que las cosas mejoren: lo que nos pasa a todos es, al fin y al cabo, la suma de lo que nos pasa a cada uno. Entonces sí será un feliz 2019. (O)

No esperemos a ver qué nos toca; depende de cada uno y de todos que 2019 sea mejor que 2018. Y para eso hay que trabajar con ganas para intervenir positivamente en los acontecimientos de la naturaleza y en los de los hombres.