¡Cuánta tristeza me han dado las playas de Santa Elena durante el reciente feriado! La masificación de sus balnearios está poniendo a prueba la capacidad de resistencia de la naturaleza, y pronto nos pondrá a prueba a nosotros. En la playa de la entrada siete, en Punta Blanca, había tantas carpas, tantos bañistas y tantos vendedores ambulantes que se asemejaba al Chipipe de mis recuerdos infantiles.

Pero el verdadero problema radica en la enorme cantidad de desperdicios que uno encontraba sobre la arena o flotando entre las olas. Con mi esposa hicimos una breve caminata, no mayor a trescientos metros. Dicho recorrido fue suficiente para recoger la cantidad necesaria de desperdicios plásticos como para llenar una bolsa del supermercado. Encontramos bolsas de plástico, sorbetes, envoltorios, envases de jugo, envases de leche, pedazos de red de pescar, y hasta un guante para manipular redes, que seguramente se le cayó a algún tripulante de un barco pesquero. Todo eso en apenas trescientos metros de caminata.

Mientras tratábamos de aliviar en algo la inmundicia del mar, veíamos los contornos dibujados por los microplásticos, arrastrados por el agua. En la arena encontramos muchos sacos hechos con esa fibra plástica semejante al yute, que resultaba imposible de levantar, pues gran parte de su superficie estaba enterrada bajo la arena mojada. Meterse al mar significaba toparse –por lo bajo– con dos fundas plásticas flotando cual medusas. En definitiva, nuestra experiencia de este feriado en la playa puede resumirse como “plástica”; desagradablemente plástica.

El problema de los desechos plásticos en los océanos se ha vuelto grave. Se calcula que sobre las aguas del planeta hay más de dieciocho mil millones de toneladas de basura plástica. Se estima que la cuarta parte de los plásticos que llegan a las islas Galápagos proviene de la gran mancha de plástico que flota sobre las Filipinas. En el caso de Santa Elena, es probable que sea mayor el número de desechos que se botan al mar que los que esta provincia recibe de otras partes.

Ha llegado la hora de que enfrentemos el problema de los desperdicios plásticos de manera seria, tanto para preservar la naturaleza como para no perjudicar aún más a nuestro ya disminuido potencial turístico. Los municipios con balnearios ya deberían considerar la adquisición de esa maquinaria pesada que suele usarse en las playas del Caribe para tamizar y limpiar la arena de sus playas. También debe restringirse el uso de envoltorios plásticos a los comerciantes que deambulan por la playa. Alguna vez sugerí para Guayaquil que las licencias de comercio ambulante se den bajo condicionamientos sanitarios. En el caso de los municipios que dan al mar podría ocurrir algo semejante, para promover el comercio sin uso de envolturas, platos, sorbetes, cubiertos o recipientes de plástico o poliestireno. Finalmente, sería increíble que nosotros, los bañistas, nos propongamos no solamente recoger nuestra basura, sino además la que no es nuestra.

Cabe recordar que en nuestro país ninguna playa cuenta con certificación internacional alguna. ¿Cuál será el primer balneario ecuatoriano que se atreva a tratar de conseguir tal certificación y cuál será el primer municipio que lo obtenga? (O)