La capital de China, Pekín, es una ciudad de 26 millones de habitantes, que representa una vez y media la población del Ecuador. No sorprende, considerando que el gigante asiático tiene cerca de 1.400 millones de súbditos.

Cuando allá es de noche acá es de día, producto de 13 horas de desfase. Y acaso un reflejo de profundas diferencias culturales y de idiosincrasia que enmarcan la relación bilateral.

Pekín, el centro del poder de la segunda potencia mundial en camino de ser la primera, es una pujante metrópoli que impresiona al visitante. Junto a sus amplias avenidas proliferan modernos edificios, que revelan la inusitada prosperidad del milenario país.

El asombroso modelo de centralización política y a la vez de descentralización económica, fija un nuevo paradigma de la globalización. Al margen de la paradoja de que las decisiones corporativas dependen del Consejo de Estado y la Secretaría del Partido Comunista, el sistema está funcionando.

No es casual que la marca Made in China tenga una presencia abrumadora en todas las latitudes.

Produce desde clavos hasta la más sofisticada tecnología de uso civil y militar. Pero no solo son los mayores exportadores del mundo, sino que además son insaciables consumidores. La proliferación de tiendas de marcas de lujo europeas y norteamericanas demuestra que cada vez hay más chinos ricos, dispuestos a gastar con avidez y sin ningún pudor.

En Pekín es lugar obligado de visita el Silk Market o Mercado de la Seda, donde se venden estos mismos artículos falsificados, a bajos precios, que toca regatear lidiando con la insistencia del vendedor.

Aconsejable el tour a la Gran Muralla, apenas a hora y media por automóvil, que es símbolo de la antigua gloria imperial. De estilo asirio, la construcción que data del siglo III a. C. tuvo por objeto poner freno a las invasiones mongólicas. Majestuosa, serpentea por la cumbre de elevadas montañas a lo largo de 2.000 kilómetros. De ahí que Voltaire dijera que ante su contemplación “las pirámides de Egipto son solo masas pueriles e inútiles”.

Igualmente, a la célebre Ciudad Prohibida, asimismo amurallada, en cuya entrada principal luce el retrato patriarcal del legendario Mao. El recinto, que comprende una sucesión de palacetes y templos, con hermosas celosías y artesonados, con aleros encorvados hacia arriba y techos jalonados de tejas, se remonta al siglo XV d. C., edificándose alrededor de la tumba de los emperadores de la dinastía Ming (Brillante).

Al frente, en pleno epicentro de la capital, está la famosa plaza de Tiananmén, donde se encuentra desplegado el complejo del establishment político chino, destacando el Gran Palacio del Pueblo, la imponente sede gubernamental de fastuosos y espaciosos salones, donde el presidente Xi Jinping brindó cordial y emotiva bienvenida a su semejante ecuatoriano, Lenín Moreno.

Una paradoja de la globalización china es que su población sigue siendo muy etnocentrista. Fuera de los hoteles donde se alojan los visitantes occidentales, nadie habla ni remotamente inglés, de modo que la comunicación se ejerce con dificultad mediante señas.

Su lengua difiere del común al carecer de alfabeto, deletreo, gramática o partes de oración. Cada palabra puede ser nombre, verbo, adjetivo o adverbio, según el tono y el contexto. Así, por ejemplo, el vocablo I puede significar 69 cosas. La ventaja es que al no expresar sonidos sino ideas, su escritura puede ser fácilmente leída por coreanos y japoneses, dotando al Extremo Oriente de un lenguaje escrito internacional. (O)