El sacerdote es “hombre tomado de entre los hombres” en una sociedad concreta, con cualidades y defectos. Política y sacerdote católico, mezcla en sí misma indiferente, se torna explosiva cuando los dos elementos (sacerdote católico y política) no son adecuadamente definidos; cuando se mezclan sacerdote con poder y beneficios terrenos.

No distinguir política de política de partido origina tensiones. Se afirma sin mayor resistencia que el sacerdote puede hacer política; no política de partido, precisamente, porque el sacerdote ha de presentar, no partes sino el plan de Dios en su totalidad.

El sacerdote católico debe hacer política del bien común, presentando los bienes accesibles a todos. Hace política, como búsqueda del bien común, caminando en medio de diversas y a veces contrapuestas realidades terrenas; hace política, descubriendo con otras personas y ayudándolas a descubrir el recto sendero.

¿Cuáles son, hoy y aquí, los elementos que tejen la sociedad en la que transitamos?

Reiniciamos la travesía con valores y defectos, consciente o inconscientemente, heredados y colocados en gradas distintas de la escala.

Unas personas colocan en una grada superior valores más cercanos a la persona humana, como educación integral, laboriosidad, constancia, veracidad, solidaridad, creatividad, libertad, constancia, responsabilidad, trascendencia.

Otras personas se detienen en la libertad, igualdad de derechos, distribución de los bienes sociales.

Organizamos la sociedad, de acuerdo a una escala de valores. La mejor escala sería la que facilita la posibilidad de merecer; que facilita la interdependencia entre libertad y responsabilidad.

En establecer escalas de valores hay dos tendencias: una, coloca en una grada superior a los ya citados valores más cercanos a la persona humana; otra, da más importancia a realidades que, a pesar de su importancia, no son elementos constitutivos de la persona humana, como el dinero.

Ha habido etapas largas o cortas de la historia en las que clérigos han asumido tareas directivas de la sociedad civil; unas –no todas– han dejado saldo positivo. Los clérigos debieran estar alejados del poder, para que el mensaje evangélico de servicio sea nítido y aceptado.

En nuestros días surgen en el mundo esfuerzos por presentar y también imponer como progreso de la sociedad humana la prescindencia de Dios. Se ha llegado a prohibir la representación del Belén, negándole incluso el valor cultural. Ni estos abusos nos han de mover a confundir proposición del Evangelio con imposición. Tarea de la Iglesia es proponer no imponer.

Lo anterior deja en evidencia que el clero debe hacer política, la entendida como búsqueda del bien común, desde una visión integral del hombre; no la política de partido, la que se encierra en una visión recortada del hombre, o en intereses parciales. De acuerdo al conocimiento de la realidad y de la capacidad de servicio de los candidatos, el clérigo puede, como ciudadano, optar privadamente por un candidato. No puede en absoluto proponer su opción por un partido o por candidatos, a no ser que estos se opongan hoy y aquí a valores fundamentales de la humanidad.

La tarea irrenunciable del sacerdote es ilustrar a los ciudadanos también acerca de la grave obligación de buscar con su voto el bien común, especialmente de los marginados. (O)