Guayaquil en julio, Quito en diciembre, y la gran farra porque ambas ciudades van adelante. Y ¿en qué consiste el adelanto? En el festejo por la conquista de nuestra tierra, al parecer aún conquistada.

Pero a la conquista llaman “fundación” nuestros mismos líderes políticos, autoridades, prensa y hasta los educadores. Sin embargo, para el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua el verbo conquistar significa tomar un territorio enemigo por las armas, es decir atropellar, apoderarse de lo ajeno, destruir, arrebatar, desmoronar, entre otros explosivos. Pero la farra es a todo dar y ¿se baila canta y trompetea en las calles y plazas por la contradicción léxica, diría psicológica, que denomina “fundación” o la destrucción a sangre y fuego de la raza aborigen y su cultura, a la implantación del obraje, el latifundio, al sometimiento y violación de la mujer indígena y al océano de 300 años de lágrimas colonizadas? Y todo ¿por el oro americano? Nuestras beneméritas autoridades engañan al pueblo con la farra de las “fundaciones”, ¿por qué?, ¿para qué?, ¿cómo reaccionarían nuestros libertadores Simón Bolívar, San Martín, Sucre y tantos que ofrendaron su vida para liberarnos de los conquistadores, los colonizadores a quienes hoy llaman “fundadores” sin ningún pudor? Y mientras, se oye aún el gemido indígena “… y ¿por qué no he de sufrir?/ y ¿por qué no he de llorar/ si solamente extranjeros en mi tierra habitan ya?

Pero la elegía, los versos son solo el desahogo de un alma desgarrada individual y colectiva. La historia es más prosaica y nos demuestra que toda conquista es un hecho brutal. En nuestra América significó el desmoronamiento del imperio inca, a partir del asesinato a Atahualpa. Significó el rentable comercio de esclavos hasta encenderse desde Europa el siglo de las luces en América y el nacimiento del criollo americano para liberarse de sus “fundadores” a través de la inteligencia y las armas. Pero la independencia del nuevo mundo, el de la esperanza, no tuvo el tiempo para desarraigar la desesperanza sembrada por trescientos años de corrupción.

Sería recomendable que todos aquellos que desfilan en esta vergonzosa parafernalia de las “fundaciones” lean Huasipungo, la obra fundamental de Jorge Ycaza. Quizá así entenderían el apocalipsis americano que ellos tan alegremente celebran bajo el título de “fundación”.

También sería recomendable que las autoridades y sus súbditos se disculpen públicamente ante nuestros antepasados y su historia, y convoquen a un conversatorio nacional sobre la conquista que ellos llaman “fundación” y analicen cómo ese desgarramiento americano permea y empuja la corrupción que ahoga nuestro presente.

Sería indispensable que dichas autoridades y ciudadanía alegremente festiva por las “fundaciones” analicen cómo nos están despojando de nuestra identidad; y un pueblo sin identidad no va a ningún lado que no sea la esclavitud ante ese dios ya instaurado en la conquista: “el oro y más oro queriendo”…

Le corresponde a los ministerios de Educación y de Cultura decir la verdad histórica; a las autoridades, como a todos, corresponde orientar las manifestaciones artísticas para honrar los natalicios de nuestros héroes, pensadores, creadores en todos los campos del saber.

Y ello, sin imponer en las jóvenes generaciones la misma cantaleta que impide la creatividad, el bien y la justicia.

La vocación del docente demanda análisis y crítica hasta entender que la verdadera educación es de dentro hacia afuera, al sacar del alumno sus dones y al mismo nivel que de todo ciudadano.

Ello requiere una educación liberadora de toda mentira e imposición irracional. Si no es así, el Ecuador va al abismo a pesar de nuestros héroes de la América eterna y de los españoles de la España eterna que sí los hay, a pesar de la historia negra de las “fundaciones”.(O)

Margarita Mendoza Cubillo,

doctora en Filosofía y Letras, Guayaquil