No se trata solamente de los deseos que se expresan en diciembre, se trata de una necesidad que aparece con los años y de la que se toma conciencia cuando se ha vivido lo suficiente como para comparar etapas. La juventud se siente estimulada por el sube y baja de adrenalina de los grandes desafíos. En numerosas ocasiones escuché a estudiantes confesar que producían mejor a presión. Una noche de desvelo iluminaba, al día siguiente, mejores emprendimientos.

Pero eso es hoguera del camino. Lo común es que las batallas vayan asentando experiencia y sabiduría, que se vayan depurando las apetencias hacia una lista poco numerosa y que las satisfacciones de la psiquis tengan más espacio que las del cuerpo. Las relaciones humanas se reducen –ya no nos sentimos amigos de todo el mundo–, mientras el círculo estrecho produce tesoros de diálogo y afinidad. En materia de fe, hay una tendencia a los extremos: o se regresa a las creencias que aceptamos sin filtro durante la infancia o el escepticismo crítico nos instala en un campo donde la falta de respuestas no desespera. La serenidad toma las riendas de lo que queda de vida.

Todo esto en sentido individual, claro está. Como vivimos en sociedad, resulta imposible mantener la burbuja personal sin toque ni mella. Si somos ecuatorianos –es lo más próximo– el escándalo de la semana tocará nuestras puertas con puntualidad de tal forma que conoceremos las noticias para probar la gota amarga del momento: que el ejército del país salga lesionado en cadena internacional de narcotráfico resulta un golpe duro de sobrellevar. ¿Otra institución de la cual desconfiar? ¿Nuevo proceso de investigación en el cual las cúpulas alegarán desconocimiento?
Como se ve, apunto hacia la afirmación de que la paz personal no puede asentarse sobre el terreno minado de la corrupción, la injusticia o la inequidad en el país. Metidos hasta los pechos en las condiciones de la ciudadanía crítica, es decir, mirando con insistencia en nuestro contorno –que los tiempos de participación ya pasaron, a no ser que se considere tal la emisión de estas palabras–, la desazón y el estado de sospecha no pueden ser erradicados mientras la realidad siga desenrollando sus cadenas podridas.

Si el comején carcome el edificio social, todos sus habitantes somos afectados. Y así viene siendo desde hace largo tiempo en la desventurada historia de los gobiernos del Ecuador, ninguno impoluto y efectivo en términos suficientes como para ganarse un decoroso puesto para la posteridad. De todo esto se deduce que la paz no es cosa de fronteras seguras,  democracia estable ni economía firme por sí mismas, sino de todo eso y mucho más, de forma conjunta, a tal punto de ser un tejido inextricable.

Si los enfermos de cáncer del IESS no podrán ser atendidos por Solca, si el conductor de un vehículo o peatón cualquiera no marcha seguro por el territorio ecuatoriano porque le puede salir al paso un delincuente, si el delito opera más rápidamente que las instancias de la justicia, la paz está amenazada, está en trance, se mueve en la cuerda floja.
Aspiramos a la paz, naturalmente, pero a la que cubra al mayor número de personas. (O)