“Cuando aceptas lo inaceptable, perdiste tu conciencia”. Me lo enseñó mi padre. Eso es exactamente lo que acontece en el Ecuador actual. Hemos aprendido a aceptar la corrupción, al punto de que ciertos la pregonan intentando que el país pierda la conciencia, la noción de la ética.

Un expresidente dijo a voz en cuello que “un 2% de bonificación, por agilitar un contrato o un pago, no es coima”, confirmando que “si un pago se recibe después de haber abandonado el cargo, y se factura y paga impuestos sobre el mismo, no es coima”. Pregonó esto sin consecuencia alguna, sin la fustigación política que esa declaración merecía en su momento. Todo apunta a una putrefacta situación moral. Todo vale. Nada es condenable. Una vicepresidenta declaró que recibió depósitos –en su cuenta personal– de varios funcionarios, y eso no tiene nada de malo, pues no eran para ella. Otros asambleístas acusados de usar la misma práctica, dijeron que eso es normal. Ciertos políticos y un expresidente gritaron por la inocencia de un exvicepresidente cuyo tío no justifica los millones de dólares recibidos a nombre de dicho sobrino, aunque después lo negó. Una irrisoria sentencia de “asociación ilícita” fue para aquel exvicepresidente, cuando declaraciones de quienes pagaron la coima dicen que el dinero era supuestamente para él. Opinamos que simplemente no hay conciencia. Si la hubiera, aquellos funcionarios hubieran renunciado en el mismo momento que hubo denuncias en su contra. El problema de los pagos mensuales por recibir un cargo, es modus operandi sotto voce. Viene desde hace años sucediendo la práctica de pedir a los que ocupan cargos altos, como gerentes de empresas estatales, cuotas mensuales de elevadas cantidades de dinero. Solo el escarmiento puede reivindicar al país. Solo el ejemplar saneamiento, el peso de la ley –como en Perú o Brasil donde ex encopetados funcionarios y expresidentes calientan las celdas de sus cárceles– puede cambiar comportamientos obscenos. Y para eso se necesita un sistema judicial saneado, independiente, justamente pagado. Si no lo decimos, no lo admitimos, y si no lo admitimos no lo corregimos.(O)

Gustavo Echeverría Pérez,

avenida Samborondón