El caso de Bolivia es paradójico, pues a diferencia del desastroso manejo económico de otros gobernantes apegados al libreto bolivariano, dicho país exhibe cifras de crecimiento francamente envidiables, con mayor razón si el FMI acaba de subir su proyección de crecimiento de Bolivia para este año al 4,5%, lo que ratifica el sostenido crecimiento de su economía en los últimos 15 años, que a su vez ha permitido acumular reservas y superávit fiscal sin perjuicio del impacto de la caída de los precios de hidrocarburos y minerales. Sin que eso sea suficiente, el FMI menciona también que el Gobierno boliviano ha previsto medidas complementarias para reducir el déficit fiscal, en otras palabras un manejo exitoso y prudente de la economía del país del altiplano.

Una gestión económica de ese tipo podría sorprender especialmente si se la compara con fracasos como los de Venezuela y Ecuador, con cuyos gobernantes (en el caso ecuatoriano en su momento) ha existido una fuerte compenetración ideológica; si bien son varias las causas que explican el éxito de la economía bolivariana, el precio de las materias primas, significativas inversiones públicas y estabilidad social, se otorga especial relevancia a las políticas de ahorro, lo que ha permitido que Bolivia cuente con el mejor nivel de Reservas Internacionales Netas (RIN) en América del Sur, con un 23% en relación del producto interno bruto, citando como ejemplo el caso ecuatoriano que cuenta apenas con un 3% de RIN en relación al PIB. Sin embargo y más allá de tan exitoso manejo económico, de lo que no se salva Bolivia es del perfil autócrata de su gobernante, similar en términos conceptuales a sus fieles amigos bolivarianos.

En febrero del año 2016, la mayoría de bolivianos rechazó en un referéndum la pretensión de Evo Morales de presentarse a un cuarto mandato en el 2019, siendo esa su primera derrota electoral en diez años; sin embargo, menospreciando el mandato ciudadano, Morales consiguió a fines del año pasado que el Tribunal Constitucional emita un fallo a favor de sus intenciones, lo que finalmente ha provocado en las últimas semanas innumerables protestas en contra de la habilitación de la candidatura de Morales por parte del ente electoral, decisión que de acuerdo con sus opositores vulnera la Constitución y el voto ciudadano. Es decir que estamos presenciando en el caso boliviano una demostración efectiva de cómo un gobernante pretende perpetuarse en el poder y la forma como la mayoría de un pueblo trata de rechazar dicha intención, pese a la tranquilidad que pueden sugerir los saludables índices económicos.

Queda claro, por lo tanto, que Evo Morales, si bien diferenciado en su gestión económica, se alimenta de los elementos más corrosivos que han identificado por antonomasia a los exponentes conocidos del pensamiento bolivariano, llámense Chávez, Maduro, Correa, Ortega o Morales, inspirados todos por la sinuosa sombra del modelo cubano. En el fondo, una propuesta que más allá de tiempos y plazos no oculta el innegable deseo de perpetuarse en el poder, pisoteando la democracia si hay la necesidad. Eso es Bolivia y su paradoja. (O)