Ningún ecuatoriano consciente, de partido alguno, puede mirar con indiferencia, menos aún alegrarse, mirando realidades como las siguientes, que infaman al Ecuador: un vicepresidente condenado tras las rejas; una vicepresidenta cuyo único paso dignificante, que se conoce, es su renuncia a funciones reservadas a personas exponentes de las virtudes de un pueblo. También las heridas exigen a los racionales acciones correctivas. Todos tenemos una parte de responsabilidad cercana o lejana, grande o pequeña. Buscamos cómo lavarnos la cara; el medio más radical es sacar las acciones conflictivas del campo de la racionalidad.

Aun dentro del campo de la racionalidad no se distinguen, se ponen en un mismo saco lo legal, lo ético y lo moral, confundiéndolos, se obscurece el problema y se dificulta la corrección.

A muchos basta lo legal para normar la conducta. Dejando fuera lo moral identifican lo legal con lo ético.

Si la fuente de la obligatoriedad moral de la ley fuera solo la ideología, manifestada en el voto de políticos de partidos transitoriamente mayoritarios, la sociedad estaría al vaivén de caprichos e intereses de los poderosos.

Que el origen de algunas es corrupto es evidente para muchos. La sabiduría popular lo expresa en la siguiente observación: “Las leyes son como las salchichas. Es mejor no ver cómo se hacen…”.

La sabiduría popular expresa, también señalando lo negativo de la volatilidad –“Hecha la ley, hecho el engaño”–, la exigencia de un fundamento más hondo –ciertamente más estable– de la obligatoriedad de la ley. La exigencia más elemental es la de la ética, esa exigencia establecida para que los actos conscientes y libres sirvan al bien común.

Cambiadas las circunstancias del camino de un grupo social, lo que fue bueno para esta sociedad ya no es: las exigencias éticas requieren actualización, no tocan la hondura de la identidad. Se requiere un referente más firme, un referente permanente. A falta de un referente permanente de lo bueno o de lo malo en una sociedad, referente de los derechos y de las obligaciones de los ciudadanos, surge un humano poderoso sin otro control que su capricho: el dictador. Negar a Dios el poder de determinar lo bueno y lo malo conduce inexorablemente a la opresión, ejercida por unos poderosos, quienes en la suprema expresión de su trastorno mental se han declarado y se declaran dios con nuevas expresiones.

Entre otras, hay una diferencia entre Dios y los que se han declarado dioses: Dios pone su poder a servicio de los hombres. Su honor consiste en la felicidad de los humanos. Los “dioses humanos” buscan llenar su vacío, adueñándose de todo lo que esté a su alcance. Dios manifiesta su identidad –Dios es amor– dándose. No hay lugar para celos frente a Dios. La finalidad de las Diez leyes dadas por Dios a los humanos es la gloria de Dios; gloria entendida como felicidad del hombre.

¿Qué puede ganar o qué puede perder Dios de la moral, o sea, de su relación con los humanos? (O)