Influenciado por el adviento, tiempo litúrgico en el que nos encontramos y vivimos los católicos y también otros fieles cristianos, quiero compartir con usted mis reflexiones sobre el trascendente ejemplo de vida y de muerte que nos proporcionaron Jesús de Nazaret, María y José.

Jesús se constituyó en un ejemplo extraordinario de coherencia entre la palabra y la acción, que sirve para toda persona que, en círculos privados o públicos, pretende presentarse a sus semejantes como líder.

Su vida es la confirmación de que la doctrina predicada por Él era posible encarnarla y no una balandronada demagógica para conseguir adeptos.

Su conducta, que escandalizaba a muchos por romper equivocados esquemas de vivencias enraizadas entre sus contemporáneos, que se separaban del deber ser religioso de la doctrina original, lo convirtió en motivo de preocupación primero y molestia después, para quienes detentaban el poder, no solamente para orientar y dirigir, sino incluso para su propio beneficio.

Observando que no eran suficientes sus palabras y sus acciones para alcanzar la meta de transformación de los corazones y las acciones de su pueblo, para que viva en plenitud el pacto que sus antepasados habían sellado con su Padre, se entregó a la vejación, al suplicio y a la muerte, sin oponer resistencia, habiendo recibido, entre otros apelativos, el de varón de dolores.

Sí, muy hombre. Verdadero hombre, física y moralmente, coherente en su decir, vivir y morir… ¡de qué manera!

La Iglesia católica, en su calendario litúrgico, nos propone en esta época del año, durante cuatro semanas, un tiempo para recordar, entre otras, la etapa prenatal de Jesús de Nazaret, creo yo para honrar particularmente la memoria de otro ser humano extraordinario: María, la madre de Jesús.

Otra persona coherente con su misión, cuya vida narrada también en las escrituras sagradas impresiona por sus heroicas virtudes, inspiración para tantas extraordinarias madres de familia que comparten los nobles ideales de sus hijos, los acompañan físicamente en la medida de sus posibilidades y siempre espiritualmente, con el apoyo de su maternal corazón, sus oraciones y sacrificios.

José, de quien poco se conoce, según los textos sagrados que han llegado hasta nuestros días, desde un segundo plano, cumplió su misión a cabalidad, como tantos seres humanos cuya vida gira alrededor de grandes personajes, pero que sin su colaboración no pueden alcanzar las metas de las nobles empresas que deben realizar.

Me imagino el amor que habrá enternecido su corazón en sus vivencias durante el nacimiento, la infancia y juventud de Jesús, su pupilo y luego camarada de trabajo.

Qué sana satisfacción habrá tenido al morir, pensando haber cumplido cabalmente su misión y qué ahorro de tristeza al no contemplar el martirio de su querido Jesús.

El perfil de estos tres seres humanos coincide en algo que se destaca: el amor.

Ninguno se prefiere y, al contrario, donan voluntariamente sus vidas por una misión que beneficia a otras personas.

¿Debemos destacar los testimonios de amor? ¿Por qué? ¿Sería tan amable en darme su opinión?

(O)