El Ecuador es un país digno de inspirar una novela. Afirmo esto, pues, haciendo un recuento de nuestra historia de los últimos veinte años, nos encontramos con sucesos que bien pudieran ser considerados ficticios.

Menciono solo unos cuantos capítulos espeluznantes para graficar mi aseveración: “botamos” a cuatro presidentes; tuvimos presidenta por un día; nos dormimos viendo triunviros y amanecimos con presidente; vivimos una dictadura legitimada vía urnas; nos endeudamos para construir obras millonarias pero inservibles; tenemos asilado a un supuesto “periodista” extranjero en nuestra embajada de Londres, pero por diez años tuvimos presos y enjuiciados a los locales, y así un largo y terrorífico etcétera.

Lo cierto es que seguimos sin poder consolidar una estabilidad que nos permita dar el siguiente paso hacia el progreso y el futuro.

Y la cuenta no termina: en menos de dos años llevamos dos vicepresidentes acusados de corrupción; innumerables funcionarios con expedientes abiertos ante la Contraloría y la justicia por lo mismo; y la imagen de un gobierno que no termina de asentarse, enfrentado a una aguda crisis económica, que aún no nos muestra su peor cara.

Todo ello nos trae como consecuencia la pobre percepción que tiene el mundo; y, sobre todo, los inversionistas, los mercados y los gobiernos extranjeros, acerca del Ecuador.

Sin pretender sumergirme en los delicados acontecimientos que son de dominio público en las últimas semanas, quiero hacer un llamado a la reflexión a todos quienes de una u otra forma hacemos opinión y noticia, así como a los actores políticos de todos los frentes.

El país necesita responsabilidad a la hora de los análisis, de las declaraciones y de todo lo que se dice o hace frente a situaciones comprometedoras y delicadas como las que estamos enfrentando.

Nos hemos acostumbrado de tal forma a la impunidad que ya da lo mismo acusar sin respaldo, pues en el fondo sabemos que no pasará nada. Cualquiera se siente con el derecho de acusar aunque no tenga respaldos ni pruebas. Pero esto no es responsable con el país.

Puede ser que en el ámbito interno ya nada nos asombre, pues con todo lo descrito –más lo que seguramente los lectores tienen en su memoria– hemos perdido la capacidad de sonrojarnos ante el bochorno. Sin embargo, seguimos siendo parte de un país cuyo riesgo aumenta exponencialmente cada vez que estas noticias aparecen.

Por lo cual comparto plenamente la actitud, que aunque suene tibia es la más responsable, de parte del Gobierno Nacional, al permitir que cada organismo competente del Estado haga los procedimientos, investigaciones y demás diligencias que permitan aclarar los hechos graves que se denuncian.

A los ciudadanos y a la prensa, que juega un rol tan importante, lo que nos corresponde en este proceso es permanecer vigilantes de que realmente se cumplan con dichas investigaciones y nos brinden una explicación satisfactoria.

No queremos impunidad, no queremos que se burlen las leyes ni se desvíen más fondos ni recursos estatales en corrupción; pero tampoco podemos caer en la irresponsable actitud de lanzar acusaciones infundadas y destruir de golpe la poca institucionalidad que hemos recuperado, so pretexto de hacer justicia con mano propia. (O)