Con el transcurrir de los años la democracia ha cobrado un nuevo nivel de definiciones. No es solo un conjunto de derechos, una práctica ritualista o una serie de lugares comunes. Ella tiene resignificados que cobran su valor en la medida en que los gobernantes gestionan la búsqueda del bien común basados en criterios de apertura, transparencia y trabajo en red. La mayor tensión viene dándose cuando los gobiernos pseudo democráticos esconden en realidad una forma de gestión autoritaria que se contradice con los nuevos paradigmas. Ahí surgen los conflictos que por lo general dan pie a los extremismos.

Todos miran con atención los cambios en México y Brasil en los próximos meses y comienzan a especular no solo cuán de izquierdas o de derechas serán López Obrador y Bolsonaro, sino que también se cuestionan la sobrevivencia de la democracia. En especial cuando estos gobiernos surgen del desencanto hacia los que malgastaron el capital político y los ingresos económicos provenientes de la abundancia de recursos que no se trasladaron en mejores condiciones de vida para sus habitantes. Hoy se promete mano dura los delincuentes de todo tipo y se perfila un gobierno -como en el caso del mexicano- con la gente votando en “estado de referéndum permanente”. Hoy las instituciones democráticas se juegan su sobrevivencia mes a mes porque no solo las formas están en entredicho sino el fondo de lo que se define como democrático. El modelo de cuestionar la realidad y dejar que la ciudadanía defina votando agotó sin embargo el modelo en Venezuela, y cuando quisieron sufragar en torno a la conveniencia de continuar con ese tipo de gobierno, sencillamente clausuraron el modelo porque el resultado les sería adverso.

La gente que sobrevive como puede en el subcontinente más desigual del mundo quiere márgenes de vida mucho mejores que los actuales, y por sobre todo ambiciona gobiernos llevados por la lógica racional de explicar y persuadir mas allá de la referencia tópica que solo reproduce eslóganes movilizadores pero vacíos de contenidos. Esto suele ser muy eficiente para ganar elecciones pero ha probado sus limitaciones a la hora de gobernar cuando de negociar o de pactar con sectores críticos se trate. El modelo está en entredicho y para asegurar su sobrevivencia requiere abrirse a sociedades más informadas y participativas que no se corresponden con los modelos de partidos por un lado y de gestión efectiva por el otro.

Hay que parecerse a la realidad y no a la imaginación que pretende sustituirla. Estamos ante un cambio de era donde la democracia si pretende subsistir y no caer en el desencanto, deberá por sobre todo comprender que no es suficiente con sobrevivir a cómo se pueda sino que requerimos un salto de calidad donde el modelo de gestión sea eficaz para adentro como también para afuera.

La sobrevivencia de la democracia se verá reflejada en la gestión de gobiernos que comprendan la nueva dinámica y actúen en consecuencia. La que no se verá en riesgo de ser castigada por remedos democráticos gestionados desde el desencanto, resentimiento y odio.