Nuestras escuelas se empeñan en enseñarnos a mover nuestros veleros a fuerza de remos, decía ya en 1987 Marilyn Ferguson, cuestionando a la educación formal, que venía a imponer un modelo ansioso de atención que rompía en pedazos la contemplación y la creatividad.

Hoy, en medio del mundo líquido de Bauman, nuestros modelos educativos parecen ahogarse, y hay que intervenir para sacarlos a flote, de lo contrario, con este titanic nos hundimos todos.

Acostumbrados a un mundo de control, de pronto nos vemos inmersos en una sociedad de incertidumbres, donde pareciera que estamos desesperados por encontrar o que nos den pronto las respuestas que necesitamos para poder volver a vivir tranquilos y con certezas, pero eso no va a suceder todavía. Hay trabajo que hacer, hay que repensar la educación y darse el tiempo y los espacios para ello.

No hay respuestas correctas todavía, por eso aquellos espacios deben ser más bien orientados a sembrar las preguntas que nos permitan entrar en una discusión global sobre el educar.

¿Qué pasa con las instituciones, con la pedagogía, con los profesores, con los estudiantes y con las demandas de un entorno incierto y móvil?

En una serie de conferencias que ofreció la Universidad Casa Grande por la celebración de sus 25 años, una de las invitadas, Ana María Raad, hablando sobre la innovación en la educación, presentó una cita que evidencia el desajuste que vivimos: “Tenemos escuelas del siglo XIX, con profesores del siglo XX y estudiantes del siglo XXI”.

¿Cómo se relaciona un joven hoy con el aprender, cuando tiene la sensación de que todo el conocimiento está almacenado en internet y que siempre habrá un tutorial en YouTube para lo que necesite?

Martín Hopenhayn, otro de los conferencistas, expuso que en un momento donde los jóvenes demandan el goce de la experiencia inmediata, educar tiene que ver con diferir el placer, generando una tensión entre la gratificación presente versus una gratificación futura.

Es un escenario complejo donde se le pide a la educación que restablezca un discurso que dé sentido.

Raad, por su parte, planteó que ante desafíos como el aceleramiento, la economía sin fronteras, la sustentabilidad, los radicalismos y la brecha de género, las habilidades requeridas en el proceso de educación están relacionadas con la creatividad, el pensamiento crítico, la resolución de problemas, la alfabetización digital, la metacognición, la colaboración y la comunicación, siendo prioritario encontrar nuevas metodologías que permitan mayor inclusión y resultados, y dejó sobre la mesa la predicción de que en quince años más, los niños que este año entraron al jardín infantil enfrentarán un mundo en el que el 30% de las actividades que hoy conocemos serán automatizadas.

Está claro que el cambio de paradigma que estamos viviendo es mucho más que un avance tecnológico. Es un cambio de ver, ser y actuar en el mundo, y si la manera de habitar el mundo cambia, la educación, responsable de darnos las herramientas y capacidades para operar, relacionarnos y desarrollarnos en él, también debe cambiar, y esa es nuestra responsabilidad.

Citando a Hopenhayn, Google puede saber más, pero no sabe cómo organizar lo que sabe, el docente sí. (O)