El tiempo cercano a la Navidad tiene un encanto especial. Quizás porque apela a los sentimientos más nobles del ser humano, esos que tienen que ver con la ternura, la alegría, la familia, los sabores del hogar, los encuentros, la amistad. El ambiente se llena de luces y cánticos. Es como recuperar una cierta ingenuidad, una mirada transparente y diáfana sobre el mundo, las personas, los acontecimientos.

Por eso mismo los hechos violentos nos golpean con más fuerza y son aún más descarnados porque son más incomprensibles e indignantes. La situación de miles de personas queriendo pasar a Estados Unidos en la frontera de ese país con México, las amenazas, la vocinglería política, los cierres de frontera, los golpes y las bombas lacrimógenas. Sin embargo, nadie se desplaza y recorre kilómetros, deja familia, afectos e historias si no lo empujaran el hambre, la inseguridad y la esperanza de encontrar días mejores para los suyos.

El tiempo de Navidad para millones de personas es el recuerdo del desplazamiento de María y José buscando posada frente a un nacimiento inminente, sin tener un lugar seguro donde cobijarse.

Actualmente, en esta sociedad del miedo global, en palabras del recordado Eduardo Galeano, los migrantes son considerados un peligro, una amenaza. Lo vivimos en nuestras ciudades y en nuestros pueblos, en escuelas y colegios. Niños y jóvenes que ofenden a otros niños y otros jóvenes reclamándoles por sus padres venezolanos que trabajan en el país.

¿Será que debemos recuperar el sentido de pertenencia a la tierra y a un destino común, sin fronteras que separen el hambre de unos de la opulencia de otros? ¿Cuántas tragedias globales serán necesarias vivir para que de verdad sepamos que somos diversos y a la vez muy parecidos, que todos nos necesitamos, que la solidaridad es nuestra carta de identidad?

Pensando en esto encontré por azar un poema que no recordaba de Eduardo Galeano, me parece tan adecuado a nuestros tiempos que creo podrá gustar a muchos y por eso me permito compartirlo en totalidad. Su título: Ojalá.

“Ojalá  podamos tener el coraje de estar solos/ y la valentía de arriesgarnos a estar juntos,/ porque de nada sirve un diente fuera de la boca/ ni un dedo fuera de la mano.

Ojalá podamos ser desobedientes/ cada vez que recibimos órdenes que humillan nuestra conciencia/ o violan nuestro sentido común.

Ojalá podamos merecer que nos llamen locos,/ como han sido llamadas locas las madres de la Plaza de Mayo,/ por cometer la locura de negarnos a olvidar/ en los tiempos de la amnesia obligatoria.

Ojalá podamos ser tan porfiados para seguir creyendo, contra toda evidencia/ que la condición humana vale la pena,/ porque hemos sido mal hechos, pero no estamos terminados.

Ojalá podamos ser capaces de seguir caminando los caminos del viento,/ a pesar de las caídas, las traiciones y las derrotas,/ porque la historia continúa, más allá de nosotros,/ y cuando ella dice adiós, está diciendo: hasta luego.

Ojalá podamos mantener viva la certeza/ de que es posible ser compatriota y contemporáneo/ de todo aquel que viva animado por la voluntad de justicia/ y la voluntad de belleza,/ nazca donde nazca y viva donde viva,/ porque no tienen fronteras los mapas del alma ni del tiempo”. (O)