Pausa.

Mañana se cumple un mes del linchamiento de Posorja y pareciera que el tema ya se olvidó. Hoy las redes sociales comentan sobre la destitución de Espín y Vallejo. Hasta hace poco era Alvarado y su fuga.

Se va saltando de un evento a otro sin darnos tiempo para tener una mirada crítica o hacernos cargo de lo que nos está pasando como sociedad.

Rewind.

El 16 de octubre circularon diversos videos del linchamiento y los actos de vandalismo que sucedieron en Posorja. La historia la conocemos. La conclusión fue condenar la violencia y por ahí justificar afirmando que no hay confianza en la administración de justicia.

Un like y forward. Vamos adelante.

Hay dos temas en los que quiero detenerme. Primero, los videos muestran reales escenas de terror, a través del humo de los vehículos incendiándose se observa a personas reventando la cabeza de un sujeto, otros apedrean los cadáveres, gente enardecida grita, pero la mayoría, impertérritos, graba los eventos con su teléfono.

Es la realidad vista como una puesta en escena, un espectáculo que nos enrostra nuestra pérdida de la capacidad de asombro y la incapacidad de activar procesos reflexivos.

Pausa. ¿Cómo dejamos pasar esto? ¿Cómo avanzamos dejando atrás tales síntomas?  

El segundo tema tiene que ver con las redes como gatillos sociales.

El levantamiento en Posorja se activó por una serie de rumores traspasados por WhatsApp que afirmaban que los detenidos por robo eran secuestradores de niños. Eso fue suficiente para movilizar a la multitud y terminar en la participación masiva de tres asesinatos, sin nunca tener la necesidad de verificar la información.

Las redes sociales han generado un universo que responde a otras lógicas.

Lo que me lleva a otro caso, sucedido en Santiago de Chile en el mes de mayo, donde  K. W., de  16 años, se suicidó en el baño de una cafetería, producto del ciberacoso de compañeros de colegio.

¿La causa? Un beso en una fiesta. Leyéndolo así, no parece un motivo suficiente para una decisión tan dramática. Sin embargo, revisemos el contexto.

Hoy, muchos jóvenes viven en un entorno donde todo es mediado a través de las redes sociales y la reputación de una identidad virtual. Pero ¿qué pasa cuando tú no eres lo que publicas, sino lo que publican de ti?

En el colegio de K. W., como en muchos otros, existen páginas y cuentas manejadas por alumnos, destinados a postear  mensajes jactándose de sus conquistas o situaciones de carácter sexual que ocurren durante las fiestas y eventos. Ahí aparece el  ciberstalking, el  revenge porn  y el  slutshaming.

El hostigamiento digital puede llegar al nivel de hacerte sentir que no tienes dónde esconderte. En el caso de K. W. sintió que su vida social había colapsado y no pudo seguir adelante.

Están pasando cosas. Es necesario detenernos y ver más allá de lo vertiginoso de la inmediatez, meter cabeza y una visión más crítica a este cambio de paradigma que no solo tiene que ver con tecnología, sino con una forma distinta de ser, estar y actuar en el mundo. Aunque siempre será más fácil poner un like.

Pausa. (O)