Dos esposas, dos situaciones muy diferentes. Una lucha para que se haga justicia en relación con el asesinato de su esposo, la otra intenta defender a su esposo preso por corrupción. Sus luchas y sus batallas son muy diferentes, ambas públicas y notorias. A ambas se las conoce más como las esposas de, menos por sus nombres. Aunque la Sra. Patricia Ochoa ya ha conquistado su propio espacio y la admiración de la ciudadanía. El Gral. Gabela no quería que compraran unos helicópteros inservibles, de los cuales finalmente se estrellaron 4 y produjeron muerte, desazón y enormes pérdidas logísticas y económicas, no avalaba negociados en beneficio de algunos y en desmedro del país. Patricia Ochoa sigue firme después de ocho años buscando la verdad y los culpables de su muerte. Recorre pasillos, juzgados, escucha, interroga, opina, denuncia con argumentos, con indignación, con respeto. Largo, tedioso e indignante debe ser escuchar las argucias con que se defienden aquellos que en los informes perdidos han sido señalados como posibles responsables intelectuales de asesinato. Los que alguna vez comieron en su casa, a quienes seguramente preparó con esmero comidas especiales, dado sus rangos y su cercanía con su marido y su familia.

Celebrar las fiestas de fin de año debe ser penoso, pues su esposo fue baleado un 19 de diciembre y falleció el 29 del mismo mes. Aunque el tiempo cura heridas a veces estas se convierten en agujeros negros que roban risas y sonrisas. Mantener aunque sea un pequeño resquicio de fe en la justicia es de fuertes.

La situación para la Sra. Cinthia Díaz es diferente, aunque intente repetir los gestos de la Sra. Ochoa.

Según sus declaraciones, a ella no le interesa la política, ni hablaba de política con su esposo. Vivía en una gran burbuja alejada de los acontecimientos donde su marido era el actor principal, donde manejaba ingentes recursos del Estado que son de todos los ciudadanos. Su esposo está acusado de participar en redes de corrupción de las cuales solo tenemos algunos hilos, pero no la madeja entera todavía.

Ella cree firmemente que Dios la ayudará, porque “Dios ayuda a sus hijos” y dice amar a su esposo y creer en él. Sin embargo, no dudó en demandarlo y ponerle un juicio por alimentos, no habló con él ni con sus abogados, le puso una querella en la Unidad Judicial Norte 1, de la Familia, Mujer, Niñez y Adolescencia con sede Guayaquil. Y esa demanda la presentó justamente un día después de que se hiciera pública la pensión vitalicia que su marido cobra de 4.057 dólares mensuales por ser exvicepresidente.

Hay algo extraño en todo ese comportamiento, no es transparente. Ahora la vemos sentada en el piso del Hospital CAM, pidiendo la intervención del arzobispo de Guayaquil y diciendo que se rompieron negociaciones para llevarlo a la cárcel 4, es decir que la sacada de la cárcel de Latacunga era una mentira para favorecer un traslado a una cárcel considerada casi hotel al lado de la actual. Si buscara mejorar la vida en la cárcel de todas las personas privadas de libertad (PPL) sería distinto.

La situación y las causas de ambas mujeres no son iguales. Una busca justicia, la otra privilegios para una PPL, condenada por corrupción. (O)