Quienes tuvieron la oportunidad de ver las noticias del incidente que tuvo el presidente estadounidense con el corresponsal de CNN Jim Acosta deben haber experimentado esa sensación de dejá vu, recordando el sinnúmero de similares actitudes hostiles que tuvo el expresidente Correa con diversos representantes de la prensa independiente. Lo que ocurrió en la Casa Blanca fue simplemente una demostración inequívoca del talante autoritario de Trump, para quien la opinión de la prensa libre es simplemente una manipulación de la información real, habiendo concebido la tesis de las fake news como muletilla oportuna para desvirtuar no solo opiniones, sino críticas y aun hechos comprobados.

Vale la pena recordar lo que ocurrió el pasado miércoles en la Casa Blanca cuando Jim Acosta, quien trabaja para la cadena CNN, formuló una serie de preguntas relacionadas especialmente con la publicidad racista que auspició un sector del partido Republicano en los días previos a las elecciones del martes 6 de noviembre. Trump no solo trató de descalificar con diversos epítetos al periodista de la CNN, sino que inclusive reafirmó su argumento de que los medios son básicamente “enemigos de la gente”, lo que conociendo la habitual antipatía de Trump hacia la prensa libre no llama la atención, sin perjuicio de lo cual provocó el rechazo unánime de quienes desprecian tal demostración de intolerancia en un país en el cual el respeto a la libertad de prensa ha sido absoluto y radical, aún más cuando la Casa Blanca llegó a tal punto de retirar la credencial al corresponsal de la CNN.

Debe mencionarse que la actitud hostil de Trump hacia los medios de comunicación es totalmente atípica en la historia de las relaciones de los expresidentes estadounidenses, varios de ellos prominentes republicanos, con la prensa independiente, lo que reafirma la tesis cada vez más sostenida de que estos casos de militante antipatía hacia los medios por parte de distintos gobernantes no tienen necesariamente que ver con la visión política e ideología del mandatario de turno, sino que en muchos casos responden a políticos típicamente autoritarios con personalidades desbordadas y reacias a tolerar opiniones críticas, menos aún tratándose de situaciones en las cuales la contradicción se torna pública y categórica. Esa es la paradoja: no importa qué distante sean las visiones políticas y económicas de determinados gobernantes, cuando se trata de la agresividad a la prensa independiente, hay otros elementos que los termina por confundir e identificar.

Quizás en su lugar resulte más sencillo y pertinente recordar que la animosidad hacia la prensa independiente no responde a un patrón ideológico ni político, sino más bien a las debilidades y ofuscaciones de quienes las exhiben. Guardando diferencias conceptuales, los autoritarios no se confunden al convertir a los medios en sus enemigos. No forma parte del libreto sino de sus complejos.

(O)