Un raro fenómeno se da en el cerebro cuando de bloquear imágenes, nombres o experiencias malas o dañinas se trata. Los neurólogos hablan de un “blackout” (apagón) selectivo que aplicamos cuando no queremos recordar el suceso. Hace unos días intenté en vano recordar el nombre de un ministro de reciente paso por la administración pública y, no lo logré. Creí estar cerca de una enfermedad tan terrible con nombre alemán que consulté a un especialista y me lo explicó con sencillez: el cerebro es tan extraordinario que olvida a los que lo dañan. Esta introducción viene a cuento de la cantidad de personas que han pasado por cargos importantes no habiendo dejado nada o algo peor, habiendo afectado notablemente la democracia que el cerebro los borra de ex profeso.

Esta amnesia cívica selectiva a veces se cura con el retorno del desgraciado protagonista de los sucesos, que la prensa tiene que recordar el prontuario completo porque generalmente la justicia tampoco nos ayuda mucho para olvidarlos definitivamente. Deben ser muy contados los casos que uno recuerde en relación a los últimos ministros de salud o de educación, a pesar de que estas dos carteras se referencian reiteradamente como áreas sensibles y clave para los gobiernos. Solo algunas malas acciones, una respuesta desatinada o algún gesto inapropiado nos permite tener referencias de los mismos. A veces a algunos los recuerdan por haber sido parte de una gavilla que gobernó durante determinado tiempo o por sus expresiones volcánicas o vitriólicas contra algunos adversarios de ocasión. Los protagonistas democráticos de nuevo cuño indudablemente no gozan de la estima popular y el cerebro se encarga de borrarlos para que no sigan haciendo daño.

Algunos de estos protagonistas buscan ser recordados en placas que a veces se colocan en lugares donde la naturaleza, el robo o el vandalismo se encargan de hacerlos olvidar. Otros se levantas estatuas que son derribadas al ritmo de gritos e insultos hacia la memoria del occiso cívico. Son contados aquellos que tienen la gratitud más intensa, sencilla y reiterada que los hace vivir a lo largo de los tiempos. La gran mayoría hace parte del anonimato más ignominioso que sea posible.

En algunos ministerios de América latina figuran en una galería de retratos que son colgados en la pared para hacernos recordar de su paso infausto por dicha administración. Los hay quienes tienen sus nombres borrados y casi siempre ni el cuidador del sitio puede referenciarlo. Si los bustos son expuestos en la intemperie, las palomas se encargan de hacer justicia sobre ellos.

La mejor manera de quedar en el recuerdo de la gente es haber hecho una labor eficaz desprovista de corrupción y con un alto sentido de justicia en su accionar. Sinceridad de propósitos y una acción de servicio harán que la memoria de nuestros representantes se mantenga en el tiempo.

No recordar el nombre de alguna figura pública no es más que una protección del cerebro hacia las malas experiencias y no el comienzo del Alzheimer como algunos podrían suponer. Así que tranquilo con el apagón cívico selectivo.