Es fenómeno psicológico comprobado que hay personas que después de finalmente escapar de una relación abusiva al poco tiempo se ven atrapadas en otra. Esto ocurre cuando el daño psíquico causado por el primer abusador a la autoestima de su víctima es tal que esa persona se vuelve incapaz de creer que merece a alguien mejor, naturalmente gravitando hacia las manos de otro abusador y creando así un ciclo de abuso del que es difícil escapar.

La victoria de Jair Bolsonaro en Brasil debe invitarnos a todos a una profunda reflexión. Si bien su victoria no fue tan aplastante como muchos vaticinaron, esta ha marcado igualmente un cambio decisivo y radical en la política brasileña. En efecto, mediante esta victoria, Brasil ha rechazado las políticas de izquierda que la dominaron durante varios años para abrazar una ideología de extrema derecha.

Que un país tenga un giro en la ideología política de sus gobernantes de por sí no es motivo de alarma. Después de todo los Estados Unidos han oscilado históricamente entre políticas de derecha e izquierda, al igual que muchas otras naciones desarrolladas. Lo que sí debe causarnos profunda preocupación es el hecho de que Brasil ha pasado de un régimen populista y demagógico a otro. Después de todo estamos ante un individuo que abiertamente se ha declarado a favor de la tortura, la esterilización forzada de las clases populares, la disparidad salarial entre los sexos y ha indicado que sus hijos jamás se enamorarán de una mujer negra “porque están bien educados”, todo eso sin mencionar los comentarios degradantes que ha hecho en contra de la mujer, los indígenas y las minorías LGBTI.

La victoria de un individuo tan despreciable como Bolsonaro no cayó del cielo, sino que fue pavimentada por los tremendos abusos cometidos por la populista izquierda latinoamericana. Los actos abiertamente criminales cometidos por Lula y sus secuaces son la causa real e inmediata del triunfo del proto-fascismo en Brasil, el cual estaba tan desesperado por un cambio que ha pasado de un abusador a otro.

La experiencia brasileña debe de ponernos en guardia a todos los ecuatorianos. En efecto, al igual que Brasil, Ecuador también recientemente ha logrado escapar de las garras abusadoras del populismo de izquierda, el cual nos mantuvo amordazados e intimidados por una década a la vez que saqueaba las arcas del Estado. Al igual que una pareja abusadora, el correato degradó la conciencia y humanidad de los ecuatorianos, pretendiendo tomar una nación fundada por los principios de libertad y convertirla en una nación de esclavos.

El peligro es ahora evitar cometer el mismo error que Brasil. No nos sorprendamos si dentro de los próximos años la victoria de Bolsonaro se convierte en un catalizador para el auge de la extrema derecha en Latinoamérica, incluyendo Ecuador. La pregunta será entonces si los ecuatorianos nos amamos lo suficiente para no caer en las manos de otro abusador, o si el daño que Rafael Correa ha causado a nuestra conciencia y moral ha sido tal que caeremos en un nuevo ciclo de abuso. (O)