Escribo el día que se recuerda a los muertos, nuestros seres queridos que ya no están y que hacemos presentes cada vez que los nombramos y los convocamos a nuestra existencia.

Al mismo tiempo trataba de comprender un artículo publicado en el periódico El País, de España, este 2 de noviembre, que habla sobre los puntos de Hawking y sostiene que podrían ser las huellas de universos pasados. Es decir que no solo sabemos que hay millones de galaxias, y dentro de estas millones de soles y posibles sistemas similares al nuestro, con habitantes que ni siquiera podemos imaginar; no solo se habla de que nuestro universo no es el único y que pueden existir universos paralelos, sino que el matemático y físico Roger Penrose propone en su teoría cíclica un modelo en que un universo (eón) sucede a otro, de manera infinita. ¡De qué admirarnos y situarnos rápidamente en nuestra real “importancia”!

Si fuéramos más conscientes de la red de interrelaciones de la que somos parte, polvo entre el polvo interestelar, ínfimos, pero polvo que ama, piensa, siente, como los nudos de una red, donde no hay uno más importante que otro, o como el hilo que sostiene las cuentas, tan necesario que si se daña, todo se deshace.

Todos tenemos derecho a estar aquí y a realizarnos, todos tenemos derecho a existir, pero nuestra existencia está solidariamente unida con todo lo que existe, y todas nuestras acciones tienen repercusión en el resto del universo. La teoría del caos lo trata de explicitar: el movimiento de las alas de la mariposa pueden convertirse en un huracán en otras latitudes. Las diferentes religiones lo manifiestan de distintas maneras, y obedece a una constatación universal que los humanos hemos hecho a lo largo de nuestro devenir en esta tierra que nos acoge, nos alimenta y que destrozamos como si fuera algo exterior a nosotros mismos y no parte de ella. Hacerlo es como devorarse a sí mismo.

En la casa tenía una mesa que parecía sólida, de pronto descubrimos que estaba hueca, transformada en polvo por las polillas que la dejaron convertida en un cascarón.

Lo que sucede en el país, que como un espejo nos muestra a seres humanos, llamados a velar y trabajar por el bien de todos, que roban, mienten, insultan, prometen y no cumplen, se pavonean esperando reconocimientos a la majestad del cargo que ocupan; se parecen mucho a la mesa de mi casa.

La muerte de la que huimos, que no queremos mencionar ni hablar, como si evadiéndola no existiera, esa muerte que es nuestra compañera porque es parte de la vida, si la miramos de frente y la domesticamos podría enseñarnos a situarnos en la realidad.

Muchos creen que el poder y la riqueza los protege de ese acontecimiento inevitable y se escudan en la sombra de las apariencias para no enfrentarse al misterio y la belleza de lo esencial.

Nadie puede ser feliz a costa de los demás, y cada uno allí donde está es responsable de que las cosas cambien para bien. Estos días de descanso, de cercanía con la muerte y la pregunta de quién soy, quiénes somos, nos coloca cara a cara con nuestro destino personal y colectivo.

(O)