El triunfo de Jair Bolsonaro en las elecciones de Brasil ha entusiasmado tanto a ciertos grupos ecuatorianos que han puesto a circular por las redes sociales algunas declaraciones suyas en contra de lo que cierto pensamiento llama la “ideología de género”. La frase publicitada del presidente electo dice así: “Erradicaré la nefasta ideología de género, lucharé por la familia tradicional y por custodiar la salud mental de los niños”. Bolsonaro se ha convertido en el nuevo héroe de grupos conservadores; y con ello han descubierto su rostro violento, intolerante, fanático. Al mismo tiempo que quieren que el Estado ponga sus narices fuera de la educación de sus hijos e hijas, desde un lenguaje muy radical y seudolibertario –“Con mis hijos no te metas”, claman a los cielos–, no tienen el menor empacho en que un señor con tantas aberraciones ideológicas y culturales alrededor del género pueda ser quien proclame la protección mental de sus niños.

La postura de estos grupos tiene dos implicaciones inaceptables e indefendibles. La primera es el aislacionismo social que proclaman. Pretenden refugiarse en sus burbujas ideológicas, conservadores y clasistas, colocándose por fuera de las dinámicas sociales que intentan poner el género en discusión. Tienen el derecho de cuestionar al Estado, de proclamar la educación que quieran para sus hijos, pero no pueden levantar consignas que lleven a la violencia para protegerse de la supuesta ideología de género. El sueño de ponerse fuera del Estado implica, en la práctica, la construcción de unos espacios sociales cerrados, amurallados, inexpugnables, indiferentes a lo que pasa fuera de sus muros. Su mente piensa como la de Donald Trump en relación con los migrantes y el mundo globalizado: si quieren invadir nuestro espacio, si quieren poner en duda nuestra soberanía, dañar nuestros valores y principios, nuestra pureza, pues entonces construiremos muros. Las familias conservadoras quieren poner muros para proteger a sus hijas e hijos del Estado y de las ideologías de género, aislarles del mundo, impedirles que entiendan y reflexionen sobre su condición de mujeres y de hombres en la sociedad del siglo XXI.

A la vez hablan como si sus posturas no encerraran ya un discurso sobre el género. Hablan de género pero esconden sus posiciones bajo la idea de que responden a un naturalismo verdadero, transparente, puro, incuestionable. Pero nuevamente se desnudan cuando respaldan a un señor como Bolsonaro que proclama, sin ruborizarse, la condición de inferioridad de las mujeres y la disposición de los hombres para administrar su poder sobre ellas a través de la violación. A estos grupos conservadores, inconscientes de sus propias posturas, Bolsonaro les da el espacio para aislarse y usar la violencia de sus muros. En este mundo contemporáneo nadie puede vivir en una burbuja, protegido, encerrado, si no es mediante el uso de la violencia. Apoyan a Bolsonaro a pesar de la violencia que alienta en contra de las mujeres.

En lugar de intentar encerrar a sus hijos e hijas en refugios por fuera del mundo y sus entornos sociales, deberían abrirles los ojos y sensibilizarlos un poco a que miren las complejas realidades por fuera de sus burbujas.

(O)