La noticia no puede ser secundaria ni pasar inadvertida: el Premio Nobel de Literatura 2010, el único sobreviviente del boom latinoamericano, el autor de notables novelas y ensayos, una de las voces más validadas del orbe, llegará a nuestra ciudad para pronunciar una de esas conferencias con las que complementa su escritura y se muestra al tanto del movimiento del mundo. Su título es lo suficientemente polivalente como para que quepa mucho: ‘El futuro se piensa hoy’, aunque se espere también que se refiera a su último libro El llamado de la tribu.

Escribir el nombre del escritor peruano es sugerir el camino de toda una vida. Como muchos escritores, ha vivido de cara abierta, tomando de su propia existencia la materia prima para crear ficciones inolvidables. Sus iniciales Los cachorros y La ciudad y los perros brotan de experiencias adolescentes que echaron abajo los mitos de crecimiento feliz y primeras amistades al mostrar la faz cruel de las luchas tempranas. Haber ganado el Rómulo Gallegos con La casa verde, en 1967, quedó señalado como hito más con su discurso ‘La literatura es fuego’ que con el mismo premio, en el cual describió las exigencias de la vocación literaria, “absorbente y tiránica”.

El desgranarse de Conversación en La Catedral, Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor lo fueron ubicando en la mira de una literatura que para la década de los setenta había revolucionado las formas de contar, había escarbado en la multifacética identidad latinoamericana y había hecho de la lengua española una vía de expresión poderosamente, a la vez, tradicional y creativa. No podemos perder de vista que simultáneamente a sus indetenibles títulos iba haciendo un ejercicio periodístico y de magisterio, que lo obligaba a centrar su palabra en la realidad con nombre y apellido.

Como todos los autores del boom, se adhirió a la Revolución cubana en esa esperanza que se dejaba sentir en el lema “país libre de América”, pero se distanció y rompió con ella en la medida en que la faz del autoritarismo arrasó con la experiencia de liberación. Estudioso de Sartre y de Camus, heredero de la idea de que el ser humano está “condenado a ser libre”, se fue situando en el punto de rechazo a cualquier dictadura. La experiencia política en el Perú, cuando contendió con Fujimori por la presidencia de la república y perdió, lo rescató para la literatura. Desde entonces podría identificarse una segunda parte de su obra, cuyo hito mayor tal vez esté en La fiesta del Chivo (2000), una novela en la que, precisamente, se sigue la figura de un nefasto dictador.

La escritura de ensayos que se fue acrecentando paulatinamente lo ha llevado de la reflexión literaria –sus libros sobre Arguedas, Flaubert, Víctor Hugo son imprescindibles– a la meditación sobre fenómenos políticos, sociales y culturales. Todo le interesa a Vargas Llosa. Sus columnas de opinión han dado cuenta desde películas hasta el matrimonio igualitario, desde los vacíos de las religiones hasta el aborto. Y si ha cometido errores –creyó que Bush combatió a Husein en temor de un ataque bacteriológico– o si sus ideas pro-Israel lo distancian de Palestina es cosa de discutir o rechazar. Lo que no podemos es permanecer indiferentes al vigoroso pensamiento de Vargas Llosa. (O)