Somos mal llevados. Como que nos acostumbramos al gobierno que nos oprimía, nos trataba mal, que reprimía duramente las manifestaciones de la gente. Cuyos miembros fungían de ser honrados pero que en realidad se está comprobando que se llevaron el santo y la limosna. Muchos confunden la bonhomía del presidente Moreno con debilidad y abusan: han regresado los cierres de carreteras, los ataques a la policía, la desobediencia de gente de poca educación. Como si quisiéramos que nos gobierne un mayoral con su látigo y no un hombre que privilegia el diálogo. El siglo pasado abusamos de Rodrigo Borja y de Sixto Durán-Ballén, verdaderos demócratas, respetuosos de la libertad de opinión. Prolongadas huelgas de profesores (tuve que afrontar una que duró dos meses), quema de llantas en las calles, pedradas al cuerpo de los policías y ahora también lanzamiento de cócteles molotov. ¡Paren ahí, dirigentes de los agricultores, no cierren los caminos!, la gente pierde mucho cuando ustedes se los toman. ¿Esperan que los repriman y los metan presos para después reclamar del Gobierno “insensible” y que no los escucha?

Hay un ambiente feo, las personas sienten inseguridad. Los delincuentes son protegidos más que la gente de bien. El Gobierno anterior nos dejó un entramado de leyes sustantivas y procesales que los abogados utilizan para conseguir impunidad. La gente no cree en la justicia. Hay ladrones que registran varias detenciones y continúan delinquiendo y asaltando. A uno lo matan por no dejarse robar un teléfono o unos zapatos. Tal vez los gobernantes de la RC se curaron en salud y nos han conducido a esa quimera de Pedro Dorado Montero que quería cambiar el nombre al Derecho Penal por el de Derecho Protector del Delincuente. Eso era a mitad del siglo pasado cuando escuché las clases del maestro Agustín Vera Loor. Pero ahora es diferente. Los “privados de liberad” dirigen a sus huestes de criminales desde las cárceles por teléfono celular. El señor Assange y el señor Vidrio quieren el uno vivir sin reglas en un hotel de cinco estrellas, a nuestra costa, y el otro que su detención sea placentera.

De las ergástulas que eran las prisiones en los siglos pasados se pretende que las cárceles se conviertan en hoteles de lujo. No son centros de tortura y hay que respetar los derechos humanos. Pero tiene razón Jaime Nebot cuando se queja de las excesivas ventajas de los procesados. El funesto episodio de Posorja hay que entenderlo también desde la perspectiva de los temores de la gente.

El empleado público se debe a su patrono que es el Estado. No a un gobierno, peor a una persona. Su lealtad debe ser para el servicio de la ley. No cabe la amistad cómplice que trata de evadir la acción de la justicia en aras de la amistad o la gratitud. Quien propicia la fuga de un delincuente es cómplice y debe ser juzgado como tal. Sentimos que pasan los meses y los atracadores no caen. Hay que reclamar más energía y eficiencia.

(O)