Comienzo este artículo aclarando que no pretendo emitir juicio de valor sobre la situación jurídica de Julian Assange. Los procesos penales que se llevan en su contra están sometidos a cortes y legislaciones de Estados Unidos y Suecia, sobre las cuales no puedo opinar.

Tampoco me puedo pronunciar sobre la licitud de las actividades de WikiLeaks, pues sus actuaciones también se desempeñan en jurisdicciones con normativa distinta a la ecuatoriana.

La reflexión que sí pretendo transmitir a los lectores es la absurda situación a la que se encuentra sometido nuestro país por haber concedido este asilo.

Dicho esto, y sin entrar a desglosar las consecuencias diplomáticas, económicas, políticas y de toda índole que implica esta decisión soberana, me referiré únicamente a la actual situación.

En primer lugar, no puedo dejar de referirme al vergonzoso incidente por el cual se le otorgó la ciudadanía ecuatoriana al asilado. Menos mal solo fue la ciudadanía, pues ya nuestros genios locales pretendieron darle además la calidad de asesor del Ministerio, genialidad que no prosperó gracias a la seriedad de los británicos.

Luego de tal acrobacia, con justa razón, el flamante canciller asume la decisión de notificarle la aplicación de un protocolo básico, un código de conducta elemental para cualquier asilado.

Dejemos por un momento de lado el concepto del asilo. Supongamos que usted,  amigo lector, se va de viaje y pide hospedaje en la casa de unos amigos en el extranjero. Sus amigos tienen una rutina normal de cualquier hogar. Dentro de esa rutina, quien va de visita obviamente trata de molestar lo menos posible,  de interrumpir en mínimo grado. Esto lo hace cualquier persona que pide alojamiento; diríamos norma básica de elemental educación. Sin mencionar la gratitud que se debe a quien nos abre las puertas de su casa.

Ahora volvamos al tema del asilo. Un asilado en términos simples es un huésped. Un huésped que además no está de vacaciones, sino que en la mayoría de los casos teme por su vida y su integridad física. O como diríamos en lenguaje de la calle, un huésped al que dándole el asilo “se le salva el pellejo”.

El señor Assange es un huésped de nuestro territorio. O por decirlo de otra forma, de nuestra casa en Londres. Un huésped que nos ha costado enfrentamientos con amigos, incomodidades a nuestro personal del servicio exterior y gran inversión de recursos.

Entonces resulta una locura encontrarnos –encima– con una demanda de Assange por sentirse acosado, agobiado o atacado por el Estado ecuatoriano.

Pedirle que cubra sus gastos mínimos, que se abstenga de meternos en líos haciendo declaraciones fuera de lo que le permite su condición y que observe normas de comportamiento adecuadas no puede ser motivo para que actúe de tal forma.

Sabemos que lo hemos visto todo, cuando los pájaros disparan en contra de las escopetas.

No podemos sino esperar que luego de este absurdo episodio, las autoridades hagan prevalecer los intereses y buen nombre del país.

(O)