Conforme transcurre el tiempo, los ecuatorianos cada vez más caemos en la cuenta de que el correísmo constituyó una de las etapas más opacas y despreciables de la vida republicana del Ecuador y que, sin embargo, pudo mantenerse vigente por una década debido a la presencia de un Estado de propaganda que destinó ingentes recursos (hoy sometidos a la lupa de las instancias de control y de justicia) para introducir en el imaginario colectivo la idea de un país utópico, próspero, democrático y soberano, capaz de insertarse en todo ámbito y en igualdad de condiciones, en las ligas mayores de la comunidad de naciones.

Lo cierto es que esas mentiras que resultaron ser del tamaño de una catedral ahora se desmoronan como castillo de naipes frente a una cruda y lacerante realidad que presenta a una economía estancada y con un fuerte sobreendeudamiento como consecuencia de un modelo centrado en un compulsivo gasto público. A esto se suma el debilitamiento de las instituciones y la presencia de un esquema abierto y descarado de corrupción que lo contaminó casi todo y un poco más.

Sin duda, ese sutil pero devastador aparato ideológico del que se valió el Gobierno de la llamada “revolución ciudadana” para adormecer y hasta domesticar la conciencia colectiva de buena parte de la población, especialmente de los sectores populares y por lo mismo menos informados, constituyó una forma de grillete que mantuvo atado y sobre todo inmóvil al ciudadano frente al poder, representado por un déspota que dejó aflorar a diario sus sospechas, fantasmas, complejos y ese fuerte resentimiento social que lo agobia.

Es importante subrayar que, precisamente, durante el correato, la movilización ciudadana que constituye un claro indicador sobre la salud democrática de un país, en tanto muestra la tolerancia del gobernante para aceptar el reclamo del soberano expresado en manifestaciones, no tuvo esa fuerza y constancia de otras épocas, lo que podría entenderse en principio como una conformidad de la población frente al Gobierno. Pero no. Ese fenómeno tiene su propia explicación y lectura desde la manipulación mediante la propaganda gubernamental, la división de los gremios, polarización extrema (marchas y contramarchas), cooptación política, judicialización de la protesta social y, desde luego, mediante la vigencia de un Estado policiaco, propio de un régimen autoritario hasta la médula, que trajo como consecuencia el miedo, censura, autocensura y la consecuente desmovilización popular.

De ahí la necesidad de romper esos grilletes revestidos de fanatismo y detestable corrupción, más aún ahora que se habla de purgar, de desmontar el correísmo. Empero, ese poderoso aparato ideológico no se desprende con la facilidad que lo hace un grillete electrónico made in China, como el colocado al Houdini de Quevedo, Fernando Alvarado, el ilusionista de la comunicación gubernamental y hoy prófugo de la justicia. Se requieren tiempo y persistencia dado que se trata de un proceso que involucra la educación de un pueblo que, no obstante, busca respuestas inmediatas a sus demandas básicas y que, por lo mismo, puede ser cautivado por cantos de sirena que terminan ahondando su tragedia con la presencia de outsiders que engendran a nefastos neopopulistas, como fue el caso reciente en Ecuador. (O)