¿Qué? ¿No sabían que se trata de una banda organizada de delincuentes? ¿No sabían que se llevaron de las arcas fiscales más de 30.000 millones de dólares? ¿No sabían acaso que esta banda de delincuentes fue y es capaz de secuestrar, estafar, encubrir a violadores, pactar con el narcotráfico, lavar activos y hasta contratar sicarios? Cuando un miembro de una banda de delincuentes de ese calibre es detenido y se le imputan cargos penales, en cualquier parte del mundo, jamás se le imponen medidas cautelares que no sea la detención preventiva. En países como los Estados Unidos o Italia, para solo citar dos casos, en situaciones como estas el uso del grillete electrónico u otra medida similar queda descartada por el altísimo riesgo de fuga.

La reciente jurisprudencia argentina ha ido más allá todavía. La prisión preventiva se la ha justificado no solo en los casos en los que hay un riesgo de fuga –que es lo usual–, sino también cuando el encausado por su posición política, por sus vínculos, por sus influencias, mientras está libre a la espera del proceso penal, puede obstaculizar la marcha de las investigaciones, borrar rastros de sus fechorías y, en general, entorpecer la labor de la justicia. Las órdenes de detención preventiva que se han dictado –y que se han hecho efectivas– en contra de importantes personajes del kirchnerismo tienen como fundamento este criterio jurídico. Fueron impuestas por el poder que estos personajes tenían y tienen para manipular las cuerdas de la política, para comprar conciencias, para intimidar testigos. Algo que no es tan fácil hacerlo si están en la cárcel esperando su juicio.

La vergonzosa fuga del engrilletado no es sino un pincelazo más al cuadro de indignidad en que está sumergido el país. Ya no es solo que él y su hermano fueron piezas clave del régimen más corrupto y represivo del Ecuador, fueron los encargados de crear un Estado de propaganda al más puro estilo nazi; gente que coincidentemente con su cercanía con el poder amasó una fortuna. Ahora uno de ellos con cargos de peculado se fuga cínicamente gracias a la inoperancia o complicidad de un Estado que al parecer está al servicio de la impunidad del pasado.

Lo del grillete no es lo único. Es apenas un ejemplo de los centenares de casos de la banda de delincuentes que nos gobernó. La pregunta es si este caso ¿marcará un cambio radical en la política del actual régimen –más allá de enviar a Latacunga a Mr. Glas– o si seguirá navegando entre dos aguas? ¿Podrá el Gobierno enfrentar la tormenta económica y el nuevo escenario internacional en estas condiciones?

La quiebra ética de la corrupción es una afrenta a la dignidad de los ecuatorianos. Buena parte de la élite política parece no entenderlo. Más les vale que vean lo que está pasando en Brasil, donde un pueblo que se hastió de la corrupción optó por arrasar con todo y saltar (otra vez) al abismo. (O)