Retomo un título y un tema propuesto hace ocho años en esta columna. Lo hago al verificar que el insulto predomina en el lazo social entre los ecuatorianos, y ha suplantado completamente al argumento en los supuestos debates políticos. Ya que no parecemos dispuestos a renunciar a este goce, comparto algunas sugerencias derivadas de mi experiencia como destinatario dominical de insultos por correo electrónico, para que usted, gentil compatriota, mejore su habilidad insultante y se luzca en las redes sociales:

Antes de insultar, recuerde que al hacerlo usted se coloca en una relación dual, proyectiva, imaginaria, paranoide y especular (en espejo) con el otro, renunciando temporalmente a la mediación de una instancia tercera, la del inconsciente, y a la responsabilidad subjetiva a la que este nos invita. Con ello, usted se expone a que todo lo que diga le sea devuelto tal cual (“el que lo dice lo es”) desde el otro, o en el mejor de los casos en forma invertida (complementaria) desde el otro. Pero si usted quiere arriesgarse…

Evite los lugares comunes: los insultos genealógicos (“hijo de p…”) se diluyen por escrito porque pierden la potencia pulsional de la voz; las alusiones genitales ya no son lo que solían desde que un expresidente ecuatoriano las autorizó en su primera sabatina; las referencias excrementicias son infantiles; las “denuncias” de la homosexualidad ajena pasaron de moda y hoy son crímenes de odio; las acusaciones de promiscuidad sexual revelan envidia; decir “corrupto” no significa nada en el Ecuador, y en cuanto a “mediocre”, quien se crea libre de culpa…

Invente sus propias metáforas. El recurso de la metáfora embellece su insulto y le confiere agudeza y penetración porque puede inducir a que el insultado se cuestione, a condición de que su metáfora sea original. Por ejemplo: la feliz expresión “sicarios de tinta” fue oportuna y eficaz cuando recién salió, y quizás no exenta de verdad para algunos aludidos; pero a fuerza de repetición “psitacósica”, hoy parece agotada y su empleo actual sugiere molicie intelectual, menesterosidad creativa y pigricia vocal.

Renuncie a las citas de famosos como insulto. Al utilizarlas, exhibe cultura y erudición, pero se expone a que el insultado ignore el contexto y el sentido. Con ello usted se verá obligado a desarrollar y argumentar su insulto. En ese trayecto, se arriesga a que su diatriba naufrague a medio camino entre la ofensa y el ensayo, y usted lucirá fatuo y desubicado. Intente ser usted mismo o lo que entienda por ello, y no pretenda emular a su autor favorito.

Finalmente, lo más importante: no insulte, más bien proponga una interlocución si cree que vale la pena. Es difícil hacerlo: a los mediocres nos toma toda la vida aprender y nunca lo conseguiremos totalmente. A mí me ayuda el plantearme tres preguntas para no responder a los insultos con insultos: ¿Quién creo ser versus quién soy según el otro? ¿Por dónde circula mi deseo? ¿Qué hay de lo mío en aquello que yo le atribuyo al otro? Eso me ha enseñado a dejar los insultos sin respuesta, y a ignorar los elogios desmesurados porque sé que algún día podrían mudar en lo contrario. (O)